LA LEY (TORÁ) DE DIOS ES PERPETUA…!!!

UNA POLÉMICA QUE LE COSTARÁ LA VIDA ETERNA A MUCHOS HOMBRES Y MUJERES, QUE AÚN CUANDO ADORAN A DIOS CON UN CORAZÓN SINCERO, IGNORAN EL TRASFONDO DE LO QUE SIGNIFICA PARA DIOS, VIOLAR SU SANTA LEY.

EL MUNDO CRISTIANO EVANGÉLICO PROTESTANTE EN SU MAYORÍA, ESTA CONFUNDIDO. EL PROBLEMA RADICA ES, EN QUE AÚN NO SE HA DADO UNA EXPLICACIÓN CLARA Y CONCISA DE ESTE TEMA TAN CONTROVERSIAL ACERCA DE LA LEY. VEAMOS.

LA LEY DE DIOS Y LA LEY DE MOISÉS
DIFERENCIAS


En el universo todo está regido por leyes. Éstas imperan tanto en el mundo físico como en el biológico y estelar. Desde la flor silvestre más insignificante, la brizna de hierba que pisotea el caminante, hasta las galaxias más formidables que pueblan los espacios infinitos, todo responde en su mecanismo y funcionamiento al Imperio de la ley. El cumplimiento de esa ley implica siempre orden, beneficios, bienestar y lo que ocurre en el orden físico no es sino reproducción y una ilustración de lo que pasa en el mundo espiritual.


El Divino Legislador que dictó las leyes de la materia, la energía y la vida, instauró así mismo una ley moral suprema, denominada en la Biblia el Decálogo (que significa literalmente «Diez Palabras») o los Diez Mandamientos. Esa ley moral, perfecta (Salmos 19:7) en su escueta sencillez, constituye la gran norma para la conducta del hombre, tanto en la relación con Dios como en su relación con sus semejantes. Dice la Biblia: «El fin de todo el discurso oído es éste: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos porque esto es el todo del hombre» (Eclesiastés 12:13). El guardar los mandamientos es tan importante y abarcante que constituye la suma completa del deber humano.


UNA SOLA RAZÓN DE LAS DESGRACIAS HUMANAS


Al meditar en los incontables dolores y agonías de este mundo, al recapacitar en las injusticias, el sufrimiento, la muerte y las guerras, surge la pregunta: ¿Cuál es la causa de todo este caso? La respuesta es: La única razón del desorden mundial no es otra que el desconocimiento por parte del hombre de la eterna ley moral de Dios, la desobediencia voluntaria de los Diez Mandamientos. Sólo el hombre creado a la imagen y semejanza de Dios con voluntad y libre albedrío, dueño de elegir su propia conducta, tenía la capacidad de desobedecer, si así lo quería, el soberano código del universo. Ni los gigantescos cuerpos celestes que hienden los espacios insondables, y que observan en marcha imperturbable a través de las edades las leyes de sus órbitas, ni los fenómenos físico-químicos del mundo inanimado, que se repiten en absoluta identidad en iguales circunstancias; ni los procesos biológicos que se verifican en la intimidad de los tejidos, se apartan de la pauta señalada por las leyes que los gobiernan. Pero los seres inteligentes creados por Dios lo han hecho: Satanás en primer lugar, los ángeles caídos como sus secuaces en segundo lugar, y por fin el hombre, a quien Dios había destinado para la felicidad, el amor y la perfección. El hombre transgredió la ley moral de Dios y las consecuencias de este panorama angustioso del mundo, un mundo que gime bajo el peso de la opresión del sufrimiento y el dolor y que espera la final liberación que pronto se realizará. Siendo que a través de la historia se ha intentado alterar los Mandamientos de la ley moral de Dios será beneficioso tener otra vez ante ti la trascripción fiel del texto original, tal como aparece en cualquier versión de la Biblia, libro de Éxodo, capítulo 20, versículos 3 al 17. Transcribimos aquí el Decálogo tal como figura en la versión de la Biblia de Nácar y Colunga, décimo-quinta edición de 1976.


LA LEY DE DIOS ES UNIVERSAL Y ETERNA


Por lo general las leyes de redacción humana, son emitidas por un determinado país o estado, y requieren de tanto en tanto una revisión, que implica en algunas ocasiones una reforma, y en otras un cambio total. A diferencia de esto, la gran ley de Dios es universal, es decir que ha sido dada para toda la humanidad. Además es eterna, o sea que no necesita ser revisada ni reformada.


Cuando el sabio Salomón escribió por inspiración divina: «Esto es el todo del hombre» (Eclesiastés 12:13) refiriéndose a la obediencia de los Diez Mandamientos, quiso decir que la ley era genéricamente para la especie humana, y no para determinada nación. Sin tener en cuenta la raza, la nacionalidad, la condición social o económica, el nivel cultural o el sexo, la ley divina tiene vigencia para toda la humanidad, si bien es cierto que Dios exigirá más estricta cuenta de parte de quienes hayan tenido mejores oportunidades, mayores privilegios y mayor conocimiento.


La ley de Dios es eterna. No puede ser cambiada. De hecho, es tan eterna como Dios mismo porque es un trasunto de carácter y de su perfección. Dice la Biblia que en Dios «No hay mudanza ni sombra de variación» (Santiago 1:17). Y la misma característica distingue también su ley. Esto fue lo que quiso decir Jesús cuando ante un grupo de personas que lo acusaban de ser innovador: «No penséis” —les dijo—, “que he venido para abrogar la ley o los profetas, no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasarán de la ley» (Mateo 5:17-19).


La ley de Dios es, en virtud de esta declaración, más permanente que el cielo y la tierra, porque participa de la misma naturaleza de su divino autor, que es eterno. La demostración suprema de la eternidad e inmutabilidad de la ley de Dios es la muerte de Cristo en favor del pecador. «La paga del pecado” —enseña la Biblia—, “es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 6:23). Siendo el pecado violación de la ley (1 Juan 3:4), y habiendo violado esa ley todos los hombres (Romanos 3:23), todos estaban sujetos a la pena de muerte eterna. Pero Dios anhelaba salvar al hombre de ese triste destino. Y lo hizo de la única manera como podía ser hecho: enviando a su Hijo Jesucristo, para morir en el Calvario y satisfacer así con su muerte vicaria, la pena que correspondía al hombre, a fin de que éste pudiera salvarse por la fe en él. «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel en él crea, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16).


Ahora bien, si hubiera sido posible cambiar la ley para salvar al pecador, Dios lo hubiera realizado, y habría ahorrado el sacrificio de la vida de su Hijo para ofrecer al hombre su salvación ; ello es una demostración incontrovertible de que ley, perfecta y eterna como Dios mismo, no pedía ser cambiada. Esa ley es la esencia del orden en el universo, es la base de la armonía, es la condición de la felicidad. La espiritualidad de la ley Algunas personas, juzgando superficialmente los Diez Mandamientos podrían pensar que es exagerado decir que ellos contienen la suma del deber humano y que son el compendio máximo de las obligaciones del hombre para con Dios y para con sus semejantes. Y sin embargo, ésa es la realidad. El salmista al meditar en su amplitud y profundidad elevó la siguiente plegaria: «Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley” (Salmo 119:18). Cristo mismo, explicando los magnos alcances de los preceptos del Decálogo declaró: «Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpado de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano será culpable de juicio, y cualquiera que diga: Necio a su hermano será culpable ante el concilio; y cualquiera que diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego» (Mateo 5:21-22).


No es necesario consumar el acto material de quitar la vida a un semejante para violar el mandamiento de no matar. Basta con tener sentimientos de odio o guardar rencor. Continúa Jesús: «Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón» (Mateo 5:27-28). No es indispensable cometer el acto inmoral para caer en el pecado de adulterio; basta con un pensamiento impuro o una mirada lasciva. «La Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» (Hebreos 4:12). Y establece una norma para los aspectos más íntimos de la vida. Propósitos de la ley La ley de Dios cumple dos propósitos «El primero es mostrar el pecado en la vida de cada persona» (Romanos 3:20; 7:7). «El segundo es conducir al pecador a Cristo». (Romanos 10:4). Él es el único que puede limpiar de pecado, y puede dar la fuerza para vencerlo (Juan 15:5).


El Decálogo es como una luz poderosa que se proyecta sobre nuestra personalidad moral y destaca en claros relieves nuestros pecados, defectos y errores. Sin la ley estaríamos a ciegas. La Biblia compara la ley con un espejo en el que cada ser humano puede contemplar su propio rostro espiritual para descubrir las manchas que afean su carácter. «Sed hacedores de la palabra “—dice la Biblia—, “y no tan solamente oidores. Engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo y se va, y luego se olvida de cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, de la libertad, y persevera en ella no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace» (Santiago 1:22-25).


La ley entendida con amplitud como la enseñó Jesús, le hace a cada ser humano una inquietante revelación, le muestra que es pecador, le señala en forma clara la gran necesidad que tiene en el orden espiritual, destacando cada una de sus debilidades, cada uno de sus pecados y caídas. Pero lo grave del caso es que la culpabilidad es un problema universal, que afecta a todo el mundo. «Si decimos que no tenemos pecado” —explica la Biblia—, “nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros» (1 Juan 1:8). «Por cuanto todos pecaron” —agrega la Biblia—, “y están destituidos de la gloria de Dios» Y confirma: «Como está escrito: No hay justo, ni aun uno» (Romanos 3:23,10).


Pero quien estudia la Biblia, no bien se convence de que es pecador, al mirarse en el maravilloso espejo de la ley descubre también la forma de limpiarse de ese pecado y a la vez halla la fuente de la cual puede obtener el poder vencedor y abandonarlo. «Siendo justificados gratuitamente por su gracia (la de Cristo), mediante la redención que es en Cristo Jesús» (Romanos 3:24). Es natural pues que la Biblia al hablar de la función que cumple la ley en tu vida, diga que ella ha sido nuestro ayo (guía), para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe (Gálatas 3:24). Esto quiere decir que una de las grandes funciones de la ley es conducirte a Jesús, en quien puedes encontrar perdón y limpieza del pecado pues según lo declara la Biblia, «la Sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado» (1 Juan 1:7). Así confiando en el sacrificio de Cristo, aceptando a Jesús como el Salvador personal y decidiendo andar en sus pisadas, el hombre pecador y sin mérito alguno expuesto a la pena de muerte eterna por la trasgresión de los preceptos de Dios llega a ser justificado, y vive a salvo de la condenación de la ley, plenamente reconciliado con Dios. Adquiere así el derecho de la salvación mediante el sacrificio expiatorio de Jesús.


LA LEY DE MOISÉS


«En el Sinaí, el Señor le dio instrucciones definidas [a Israel] tocantes al servicio de los sacrificios. Una vez terminada la construcción del santuario, Dios se comunicó con Moisés desde la nube que descendía sobre el propiciatorio, y le dio instrucciones completas acerca del sistema de sacrificios y ofrendas, y las formas de culto que debían emplearse en el santuario. De esa manera se dio a Moisés la ley ceremonial que fue escrita por él en un libro y colocada ‘al lado del arca del pacto’ (Deuteronomio 31:24-26). ‘Pero la ley de los Diez Mandamientos pronunciada desde el Sinaí había sido escrita por Dios mismo en las dos tablas de piedra, y fueron guardadas sagradamente en el arca’ (Éxodo 31:18; Deuteronomio 10:5). «Muchos confunden estos dos sistemas y se valen de los textos que hablan de la ley ceremonial para tratar de probar que la ley moral fue abolida; pero esto es pervertir las Escrituras. La distinción entre los dos sistemas es clara.

El sistema ceremonial se componía de símbolos que señalaban a Cristo, su sacrificio y su sacerdocio. Esta ley ritual, con sus sacrificios y ordenanzas, debían los hebreos seguirla hasta que el símbolo se cumpliera en la realidad de la muerte de Jesús, Cordero de Dios que quita los pecados del mundo (Juan 1:29). Entonces debían cesar todas las ofrendas de sacrificio. Tal es la ley que Cristo quitó de en medio y clavó en la cruz (Colosenses 2:14)”. (Elena G. de White, Patriarcas y Profetas, Pág. 380). Pero acerca de la ley de los Diez Mandamientos el salmista declara: «Para siempre, oh, Jehová, permanece tu palabra en los cielos» (Salmos 119:89). Y Cristo mismo dice: «No penséis que he venido para abrogar la ley…De cierto os digo… » y recalca en todo lo posible su aserto : “que hasta que perezcan el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde perecerán de la ley hasta que todas las cosas sean hechas» (Mateo 5:17,18).

En estas palabras Cristo enseña, no sólo cuáles habían sido las demandas de la ley de Dios, y cuáles eran entonces sino que además de ellas perdurarán tanto como los cielos y la tierra. «La ley de Dios es tan inmutable como su trono. Mantendrá sus demandas sobre la humanidad a través de los siglos» (Elena G. de White, “Patriarcas y Profetas”, Pág. 380,381). Para que no haya confusión en tu mente acerca de la verdadera naturaleza del sábado de la ley moral de Dios, conviene que puntualicemos que en las Escrituras se habla de otra ley llamada la ley de Moisés (Juan 7:23; Hechos 15:5), que prescribía los días de fiesta o sábados ceremoniales que eran una sombra de lo por venir (Colosenses 2:16,17). Relacionados con la antigua pascua (Levítico 23:5), los panes sin levadura (Levíticos 23:10), el Pentecostés (Levítico 23:16), las trompetas (Levítico 23:24), la expiación (Levítico 23:27), los tabernáculos (Levítico 23:34), se celebraban anualmente. Estos días de fiesta también se llamaban sábados o días de reposo (Levítico 23:24,32,39).

En Génesis 2:2-3 se encuentra una triple referencia al séptimo día de la semana, pero no se menciona la palabra «sábado». Cassuto observa que Moisés usa la frase «séptimo día» de manera intencional en lugar del término sábado para enfatizar la validez permanente de ese día independientemente y al margen de cualquier asociación con los sábados astrológicos de los pueblos paganos (U. Cassuto, “A Comentary on the Book of Genesis”, 1961, Pág. 63). Señalando un orden permanente, el séptimo día de la semana, refuerza el mensaje del relato de la creación, a saber, que Dios es a la vez el Creador y el Señor del mundo. La palabra “sabat” (cesar, descansar, reposar), tiene una alusión al nombre sábado. El séptimo día como Sabat dio motivo a que se le nombrara «sábado», en el naciente idioma español, en cuya formación influyeron tanto la práctica de la iglesia latina como la cultura judaica. Pero Dios también se valió del vocablo Sabat entre los hebreos para indicar los días de descanso festivos.

Estas fiestas ceremoniales sólo ocurrían anualmente. Entre estos sábados anuales se encuentran los días 15 y 21 del primer mes (Levítico 23:5-9), y los días 10,15 y 22 del séptimo mes (Levítico 23:24,32,34-36 y 39). Con sólo notar que meditan 5 días entre los sábados del 15 al 21 del primer mes, y cuatro días entre el 10 y el 15 del séptimo mes, basta para comprobar que estos «sábados» anuales no revisten carácter septemario. San Pablo en Colosenses 2:16 hace referencia a los sábados y fiestas paganas que algunos querían introducir en las filas del cristianismo, incluyendo los sábados ceremoniales del Antiguo Testamento, que ya habían sido abolidos con el sacrificio de Cristo.

LOS SÁBADOS QUE ERAN SOMBRA


Los sábados «sombra» de lo por venir a que hace alusión el texto de Colosenses 2:16, son las fiestas del ceremonial judío. Relacionados con la pascua (Levítico 23:5), los panes sin levadura (Levítico 23:6); el Pentecostés (Levítico 23:16); las trompetas (Levítico 23:24); las primicias (Levítico 23:10); la expiación (Levítico 23:27); los tabernáculos (Levítico 23:34); se celebraban anualmente. “Éstas son las fiestas solemnes de Jehová, a las que convocaréis santas reuniones, para ofrecer ofrenda encendida a Jehová, holocausto y ofrenda, sacrificio y libaciones, cada cosa en su tiempo, además de los sábados de Jehová… “ (Levítico 23:37-38).

La diferencia entre los días de descanso anuales y los semanales se define clara y precisamente. Aquellos «sábados» ceremoniales se observarían, además eran fijados en el calendario anual eclesiástico de los judíos, así como los hombres modernos han fijado las fechas de las festividades de Navidad y días de reyes. Eran «sábados» de «sombra» que anunciaban a Cristo como la gran pascua (1 Corintios 5:7); a Cristo como el pan sin levadura (Juan 6:51); a Cristo como las primicias (1 Corintios 15:23); a Cristo como el Pentecostés (Hechos 2:1; Juan 7:39); a Cristo como la trompeta (1 Tesalonicenses 4:16); a Cristo como la expiación (Hebreos 2:17); a Cristo como el verdadero tabernáculo (Juan 7:2,10,37.39).

Al entregarse Jesús en sacrificio vivo por el mundo entero llegó la verdadera luz y se disiparon las sombras (Juan 1:4-5,9;8:12,28). Sin embargo, jamás se instituyó ni se empleó el sábado semanal como una figura o tipo. Fue establecido como monumento de la creación; se incluyó en la ley moral escrita con el dedo de Dios en las dos tablas de piedra (Éxodo 31:18).


Todo el ritual judío y la ley de Moisés con todos los sábados ceremoniales fueron abolidos con la muerte de Cristo, porque todo ese culto era una representación de su plan redentor. El sábado, séptimo día de la semana, cuarto mandamiento de la ley moral, el día de reposo del Señor, no fue abolido con la muerte de Cristo, porque mientras Dios sea el Creador del universo, el sábado fue, es y será un monumento conmemorativo de su poder creador. El Señor te invita a seguir su ejemplo reposando el sábado (Hebreos 4:10).



UN PROGRAMA PARA LA FELICIDAD DE TU VIDA


Pero la misión de Jesús y la ley en la vida del hombre no termina aquí. Una vez perdonado el pecado, una vez limpiada la mancha espiritual mediante la sangre de Cristo, empieza para el creyente, como hijo de Dios una nueva etapa de la vida, en la cual el pecado pierde su dominio. La ley de Dios se presenta como una nueva norma, un maravilloso camino para la vida, una vida ciertamente feliz, porque está en armonía con la voluntad divina. En ella hay paz y bienestar, amor, gozo, buenos sentimientos para con los demás y una alegría antes desconocida.


Ahora bien, aunque es cierto que la aceptación de Cristo por la fe le otorga al pecador la justificación y el derecho de ser salvo, todavía necesita él lograr la idoneidad moral que le permita vivir en el ambiente de pureza y santidad en el reino de Dios. Esto lo consigue mediante la santificación, que es obediencia a la ley divina. Así se explica que Jesús le dijera al joven rico: «Si quienes entrar en la vida guarda los mandamientos» (Mateo 19:17). Pero aquí se presenta una aparente contradicción. San Pablo lo plantea al describir su propia experiencia dice: «Sabemos” —dice él—, “que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado… Y sé que en mí, esto es en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero sino el mal que no quiero eso hago… Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros». Y termina con esta angustiosa exclamación, propia de un hombre pecador : «¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?» (Romanos 7:14-24).


La desesperación de Pablo, sin embargo, no duró mucho, porque llegó la maravillosa revelación que cambió por entero la perspectiva de su existencia, y que debe revolucionar también la vida de todo verdadero creyente. Dijo Pablo: «Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro» (Romanos 7:25). “Lo que era imposible para la ley” —explica el apóstol—, “por cuanto era débil por la carne, Dios enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros” (Romanos 8:3-4). La entrega del corazón a Cristo da como resultado una renovación de todo el ser ; el Maestro, en su conversación con Nicodemo se refirió a ese proceso espiritual como a un nuevo nacimiento (Juan 3:3) y Pablo usó un lenguaje familiar diciendo: «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es, las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).



CONCLUSIÓN


El poder de Dios transforma de tal manera la vida, que ésta se pone en armonía en la ley de Dios. La promesa que el Señor hace es: «Pondré mis leyes en la mente de ellos y sobre su corazón las escribiré» (Hebreos 8:10). En estas condiciones los pensamientos de la persona están a tono con los pensamientos divinos (1 Corintios 2:16), pues su naturaleza ha sido cambiada; cuando el hombre hace su voluntad, está haciendo a la vez la voluntad de Dios. Se produce una identificación de lo divino con lo humano, la cual se va siendo cada vez más perfecta. En una existencia semejante no hay temor, ni angustia. El maravilloso plan de Dios para tu vida se cumple, y a pesar de las luchas y los contratiempos, eres feliz por la tranquila confianza y la paz verdadera que llenan tu espíritu, debido a que estás en paz con Dios y con los hombres y sigues la pauta que el cielo ha trazado para la conducta humana. [1]
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Complemento del Editor





Jesucristo jamás admitió que la Ley pudiera dar vida ni establecer alguna relación salvadora entre Dios y el hombre por medio de su cumplimiento, como había formulado el judaísmo. Más bien, Jesús mismo y su palabra ocupan esa posición decisiva. Esto es la esencia del nuevo orden prometido desde Gn 3.15 (Mc 2.21ss; Lc 16.16). El hombre determina su relación con Dios, por su arrepentimiento y adoración, confesando a Jesús como Señor (Mt. 10.28–42), pero esto no le hace que tengamos que vivir trasgrediendo los principios y mandamientos expresados en la Ley de DIOS. (Ley Moral: Diez Mandamientos ~ el Decálogo)


Sin embargo, Jesús no abrogaba la Ley al negar que pudiera dar vida (Mt 5.17). Él mismo la observó (Lc 2.22ss, 27, 39) y reconoció la validez de su juicio; por eso llamó a los pecadores al arrepentimiento (Mc 1.15). Incluso cuando censuró el legalismo (Mt 23.23), Jesús insistió en que la Ley de Dios era la única norma para la vida (Lc 10.26–28); levantó la carga externa de «las obras de la Ley» e impuso su propio yugo de obediencia por amor sobre sus discípulos. Exigió de ellos Justicia mayor que la de los fariseos (Mt 11.29).


Siguiendo la actitud de Cristo, la comunidad primitiva de la iglesia observó la Ley y vivió sustancialmente de acuerdo con ella. Eran los judaizantes los que fomentaban el legalismo: sostenían que los gentiles debían circuncidarse y observar la Ley para alcanzar la salvación e incorporarse a la comunidad de los cristianos (Hch 15; Gl 2).


Lo exigido por la Ley y «lo bueno» es lo mismo para Pablo, pero no es el ser hacedor de la Ley lo que distingue entre judíos y gentiles; con Ley o sin ella, todos somos pecadores (Ro 2.12). Por tanto, el juicio divino contra todos los transgresores es justo, enseña Pablo, y quienes se rebelan contra Dios son dignos de muerte (cf. Ro 1.28–32 y 3.23). Ninguno puede justificarse por la Ley pues tanto para los sin Ley como para los de la Ley solo en Jesucristo está la justificación y la unidad (cf. Gl 3.28ss y Ro 3.29ss).


La Ley afecta a la sociedad, y particularmente a la relación entre esta y Dios. Prohíbe y restringe el pecado, conservando cierta disciplina externa en la sociedad rebelde (Ro 7.7ss), y según (Ro 5.13ss y Gl 3.19), revela que el pecado es rebelión contra Dios.


La Ley condena y sentencia por el pecado cometido, sirve como ayo (guía) al pecador, lo descubre como transgresor y lo confina bajo el juicio de Dios (Ro 3.20; 7.1ss). La única esperanza del pecador, pues, es la fe en Cristo; al identificarse con la muerte del Salvador, satisface la pena de la Ley y recibe perdón y nueva vida (cf. 2 Co 5.21 y Gl 3.13 con Gn 15.6 donde Abraham «creyó a Jehová y le fue contado por justicia»).


Por lo que respecta a los redimidos, aunque todavía están sujetos a la Carne, la Ley los guía en una vida comunitaria que le agrada al Redentor (1 Co 14.21, 34); la Ley es maestra y guía que confirma lo conocido por revelación general (Ro 2.14b, 15). Para el creyente todo lo que no provenga de la fe es pecado (Ro 14.23; Stg 4.11, 17), y su obediencia es una respuesta de amor y sumisión a la voluntad de quien le ha salvado (cf. 1 Co 9.21 y Gl 5.14; 6.2).



LEY DE DIOS



ESCRITA POR DIOS (Éxodo 31:18)  

“Y dio a Moisés… dos tablas del testimonio, tablas de piedra ESCRITAS CON EL DEDO DE DIOS”


EN DOS TABLAS (Éxodo 31:18)  
“Y dio a Moisés… DOS TABLAS DEL TESTIMONIO, TABLAS DE PIEDRA escritas con el dedo de Dios”



PUESTA EN EL ARCA (Deuteronomio 10:1-5)  
“Y volví y descendí del monte, y puse las tablas EN EL ARCA que había hecho; y allí están,
como Jehová me mandó”



CRISTO LA MAGNIFICÓ (Isaías 42:21)
“Jehová se complació por amor de su justicia en MAGNIFICAR LA LEY y engrandecerla…
Mejor me es la Ley de tu boca, que millares de oro y plata. (Sal. 119:72)”



POR SIEMPRE JAMÁS (Salmo. 111:7-8)
“Las obras de sus manos son verdad y juicio; fieles son todos tus mandamientos, AFIRMADOS ETERNAMENTE Y PARA SIEMPRE, Hechos en verdad y en rectitud.



SABADOS DEL SEÑOR (Éxodo 31:15)
“Más el DÍA SÉPTIMO es sábado de reposo CONSAGRADO A JEHOVÁ”



ES BUENA Y TRAE BENDICIONES (Rom. 7:12)
“De manera que LA LEY a la verdad ES SANTA, Y EL MANDAMIENTO SANTO, JUSTO Y BUENO” “Bendito serás en la ciudad, y bendito tu en el campo… bendito serás en tu entrar, y bendito en tu salir…” (Dt. 28:1-15)


Compruébelo: Dt.4:2,13; 11:18-26; Sal.19:7-8; Sal.119; Prov.7:1-3; Prov.19:16; Mt.5:17-19; Mt.19:17; Jn.14:15,21; 15:10,14; 1Jn.5:3; Ro.2:12-16; 3:19,31; 4:15; 7:7; 7:12; 1Ti.1:8-11; Stg.2:10-11; 2P.2:21; 1Jn.2:1-7; 3:4,22; 5:3; Ap.14:12 y Ec.12:13-14.



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LEY CEREMONIAL



ESCRITA POR MOISES (Deuteronomio 31:9)
“Y ESCRIBIÓ MOISÉS ESTA LEY, y dióla a los sacerdotes, hijos de Levi… y a todos los ancianos de Israel”



ESCRITA EN UN LIBRO (Deuteronomio 31:24)
“Y como acabó Moisés de escribir las palabras de esta ley EN UN LIBRO hasta concluirse…”



PUESTA AL LADO DEL ARCA (Deuteronomio 31:26)
“Tomad este libro de la ley, y ponedlo AL LADO DEL ARCA del pacto de Jehová… y esté allí por testigo contra ti”



ABOLIDA POR CRISTO (Efesios 2:15)
“ABOLIENDO en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz”



ENCLAVADA EN LA CRUZ (Colosenses 2:14-17)
“Anulando el acta de los decretos * (ritos, sacrificios y ceremonias) que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y CLAVÁNDOLA EN LA CRUZ.. Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo…” * Énfasis añadido


LOS SÁBADOS DE LA LEY CEREMONIAL

Verifíquelo: LEVITICO 23:24; 23:27,32; 23:34,39; 23:37,38. (SABADOS CEREMONIALES)
YUGO DE SERVIDUMBRE (Gálatas 5:1-3)



Sacrificios, oblaciones, sábados ceremoniales, fiestas y santas convocaciones enclavadas en la cruz



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La Ley de Dios es fácil de comprender.-


No hay misterio en la Ley de Dios. La inteligencia más débil puede captar estas reglas para regular la vida y formar el carácter de acuerdo con el Modelo divino. Si los hijos de los hombres se dispusieran a obedecer esta Ley en la mayor medida de su posibilidad, obtendrían fuerza intelectual y capacidad de discernimiento para comprender mejor los propósitos y planes de Dios. Y este progreso no sólo se produciría durante esta vida presente, sino que continuaría durante las edades eternas.­ RH, 14 de setiembre de 1886.


Perfecta armonía entre la Ley y el evangelio.-


Hay perfecta armonía entre la Ley de Dios y el evangelio de Jesucristo. «Yo y el Padre una cosa somos» dijo el gran Maestro. El evangelio de Cristo es la buena nueva de su gracia, por medio de la cual el hombre puede ser liberado de la condenación del pecado y capacitado para obedecer la Ley de Dios. El evangelio señala hacia el código moral como regla de vida. Esa Ley, mediante sus demandas de una obediencia sin desviaciones, le muestra continuamente al pecador el evangelio del perdón y la paz. Dice el gran apóstol: «¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley» (Rom. 3: 31). Y de nuevo declara que «la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno» (Rom. 7: 12). Establecer amor supremo a Dios y un amor igual a nuestros semejantes es indispensable, a la vez, para la gloria de Dios y la felicidad de los humanos.­RH, 27 de setiembre de 1881.


Una regla completa para la vida.-


Dios le ha dado al hombre en su Ley una regla completa para la vida. Si obedece, vivirá por ello, mediante los méritos de Cristo. Si la transgrede, ella tiene poder para condenar. La Ley orienta a los hombres a Cristo, y Cristo les señala la Ley.­ NEV 140 (1885).


Todos debemos conformarnos a la Ley de Dios.-


Cristo vino para dar un ejemplo de perfecta conformidad con la Ley de Dios, tal como se requiere de todos, desde Adán, el primer hombre, hasta el último hombre que viva en la tierra. Declaró que su misión no consistía en destruir la Ley sino en cumplirla mediante una perfecta y cabal obediencia. De esa manera la magnificó y engrandeció. Por medio de su vida manifestó su naturaleza espiritual. A la vista de los seres celestiales, de los mundos que no han caído y de un mundo desobediente, desagradecido e impío, él cumplió los abarcantes principios de la Ley.


Vino para demostrar el hecho de que la humanidad, aliada por la fe con la divinidad, puede guardar los Mandamientos de Dios. Vino para poner en claro el carácter inmutable de la Ley de Dios, para declarar que la desobediencia y la transgresión nunca serán premiadas con la vida eterna. Vi no como hombre a la humanidad, para que ésta pudiera tocar la humanidad, mientras la Divinidad se aferraba del trono del Altísimo.


Pero en ningún caso vino para disminuir la obligación del hombre de ser perfectamente obediente. No destruyó la validez de las Escrituras del Antiguo Testamento. Cumplió lo que había sido predicho por Dios mismo. Vino, no para liberar a los hombres de los requerimientos de la ley, sino para abrir un camino por medio del cual pudieran obedecer esa Ley y enseñar a otros a hacer lo mismo.­ RH, 15 de noviembre de 1898.


Dios no anula su Ley.-


El Señor no salva a los pecadores por medio de la abrogación de su Ley, fundamento de su gobierno en el cielo y en la tierra. Dios es juez y guardián de la justicia. La transgresión de su Ley en una sola instancia, en el más pequeño detalle, es pecado. El Altísimo no puede dejar a un lado su Ley ni descartar el más pequeño de los Mandamientos para perdonar el pecado. La justicia, la excelencia moral y la Ley deben ser sostenidas y vindicadas delante del universo celestial. Y esa santa Ley no podía ser avalada por un precio menor que la muerte del Hijo de Dios.­ RH, 15 de noviembre de 1898.


Las leyes de Dios no fueron anuladas por él.


Dios no anula sus leyes. No obra contrariamente a ellas. No deshace la obra del pecado: la transforma. Por medio de su gracia, la maldición se convierte en bendición.­ Ed 148 (1903).

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Tomado: // Citas del ESPÍRITU DE PROFECÍA.

Publicado por:
JOSÉ G. BARITTO L.
http://www.correoescritoestavenezuela.blogspot.com  
Carayaca. Edo. Vargas. Venezuela.

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