Un diezmo fiel

Cooranbong, Australia,
10 de septiembre de 1896


Muchos presidentes de asociación no atienden su trabajo específico, es a saber, vigilar para que los ancianos y los diáconos de las iglesias hagan su obra en ellas, tratando de que entre un diezmo fiel en la tesorería. Malaquías declara que la condición de la prosperidad consiste en traer a la tesorería de Dios lo que pertenece al Señor. Hay que presentar con frecuencia este asunto ante los hombres que no cumplen plenamente su deber hacia Dios y que, por negligencia y descuido, no traen sus diezmos, dones y ofrendas a Dios. “¿Robará el hombre a Dios?” “¿En qué te hemos robado?” es la pregunta que hacen los mayordomos infieles. La respuesta es sencilla y positiva: “En vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado. Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde”. Leed, por favor, todo este capítulo y considerad si se pueden pronunciar palabras más claras y positivas que éstas. Son tan positivas que nadie que desee comprender todo su deber hacia Dios necesita cometer error en este asunto. Si los hombres ofrecen alguna excusa para explicar por qué no cumplen su deber, es porque son egoístas y no tienen el amor y el temor de Dios en sus corazones. 

No hay excusa para no devolver el diezmo

El Señor ha exigido siempre esta respuesta a los planes que ha trazado para adelantar su obra en nuestro mundo. Nunca ha cambiado el plan que trazó. Declara que todo es suyo y reclama su porción de lo que confió al hombre. “Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos. Desde los días de vuestros padres os habéis apartado de mis leyes, y no las guardasteis. Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, ha dicho Jehová de los ejércitos”.

Los que afirman que no pueden entender esta declaración sencilla y definida—que significa tanto para ellos, si son obedientes, en bediciones que recibirán, puesto que hasta las ventanas de los cielos se abrirán y las bendiciones descenderán en forma superabundante—no son honrados delante de Dios. Su excusa de que no conocían la voluntad de Dios no valdrá nada en el gran día del juicio. 

Todos han de cumplir con su deber

Traed ahora mismo todos los diezmos que por descuido no habéis devuelto. El nuevo año debe comenzar para vosotros de tal manera que seáis hombres honrados en su trato con Dios. Los que han retenido sus diezmos deben enviarlos antes que termine el año 1896, para que puedan estar bien con Dios, y nunca, nunca más corráis de nuevo el riesgo de ser maldecidos por Dios. Presidentes de asociación, cumplid vuestro deber; no pronunciéis vuestras propias palabras, sino un sencillo “Así dice Jehová”. Ancianos de iglesia, cumplid vuestro deber. Trabajad de casa en casa para que la grey de Dios no sea remisa en este importante asunto, que implica, según el caso, bendición o maldición. 

Colaboren con el Señor todos los que temen a Dios y sean fieles mayordomos. La verdad debe ir a todas partes del mundo. Se me ha mostrado que muchos en nuestras iglesias están robando a Dios en los diezmos y las ofrendas. El Señor cumplirá en ellos lo que ha declarado. A los obedientes dará ricas bendiciones; a los transgresores, maldición. Todo hombre que lleva el mensaje de la verdad a nuestras iglesias debe cumplir su deber de amonestar, educar y reprender. Todo descuido del deber, que equivale a robar a Dios, implica maldición para el culpable.

El Señor no considerará sin culpa a los que son deficientes al hacer la obra que él requiere de ellos; es decir, vigilar para que la iglesia se mantenga sana espiritualmente, y cumplir en forma cabal su deber de no permitir que ninguna negligencia acarree sobre su pueblo la maldición que lo amenaza. Se pronuncia una maldición sobre todos los que retienen sus diezmos. Dios dice: “¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado. Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa”. 

Esto no lo pide un hombre; es uno de los mandatos de Dios, por medio del cual se puede sostener su obra y promover su progreso en el mundo. Dios nos ayude a arrepentirnos. “Volveos a mí—dice él—, y yo me volveré a vosotros”. Los hombres que quieran cumplir su deber lo encuentran expresado con toda claridad en este capítulo. Nadie puede dar excusas para no devolver su diezmo y dar sus ofrendas al Altísimo.

El Señor nos concede sus dones en abundancia. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna”. Toda bendición que recibimos nos llega por medio de Jesucristo. ¿No debemos entonces levantarnos y cumplir con nuestro deber hacia Dios, de quien dependemos para la vida y la salud, para recibir sus bendiciones sobre nuestras cosechas y nuestros campos, nuestro ganado, nuestros rebaños y nuestras viñas? Se nos asegura que si damos para la tesorería del Señor, recibiremos de él de nuevo; pero si retenemos nuestro dinero, él retendrá su bendición y enviará maldición sobre los infieles.

Dios ha dicho: “Probadme ahora en esto… si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde”. ¡Qué maravillosa exposición de bendiciones prometidas nos presenta aquí el Señor! ¿Quién se puede aventurar a robar a Dios los diezmos y las ofrendas con semejante promesa? “Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril, dice Jehová de los ejércitos”.

Otro año está por pasar a la eternidad con su cúmulo de anotaciones. Echemos un vistazo al año pasado y, si no hemos cumplido voluntariamente todo nuestro deber, de todo corazón para el Señor, comencemos el año nuevo dispuestos a que nuestro registro revele nuestra fidelidad a Dios.
Testimonios para los ministros

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- Elena G. White


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