La Trampa de la Televisión

Este articulo es extraído del capitulo 8 del libro «Compromisos Sutiles» (Título del original en inglés: Creeping Compromise). Escrito por el Pr. Joe Crews Fundador de Amazing Facts
La Trampa de la Televisión

Se ha hecho referencia a la insidiosa intromisión del inocente gabinete de la televisión en el hogar. Como hay programas ocasionales que llenan la prueba bíblica de verdad, pureza, etc., es fácil sucumbir al argumento de que el equipo puede ser usado como un medio educacional para la familia. Se han hecho solemnes resoluciones concernientes a la alta calidad de los programas que serán aprobados para mirarlos. Pero, seamos honrados y veraces. ¿Cuánto tiempo durarán esas reglas restrictivas que han de gobernar el equipo de televisión? Resulta casi imposible mantener una reglamentación adecuada a causa de la naturaleza de los linderos de muchos programas. La incertidumbre acerca de dónde colocar una línea demarcatoria, de si unas pocas palabras profanas descalifican un documental de una hora de duración y otras decisiones igualmente inquietantes, llega pronto a ser demasiado tedioso para tolerar. La puerta se abre más y más ampliamente y los sentidos encargados de discernir se acomodan al creciente flujo de cuadros y escenas de bajas normas. Es fácil justificar un poco más el lenguaje relajado a causa del uso cada vez más frecuente de los términos profanos usados por los reporteros de las cadenas de noticias de la radio y la televisión. Muchos de los avisos comerciales también están entretejidos con insinuaciones que empequeñecen las normas de la moral cristiana.

Está llegando a ser más difícil creer que aun los programas más cuidadosamente seleccionados, no producirán también una falta de sensibilidad espiritual. Pequeños espacios de lenguaje de bajo fondo serpentean dentro de algunos de los más educados programas de promoción. Muchos argumentan que debemos aprender a vivir con esta clase de lenguaje porque nos rodea todo el tiempo. Es verdad que a menudo oímos las vulgaridades del mundo que nos rodea, pero, ¿nos expondremos deliberadamente a aquello que podríamos evitar?

La verdad es que la mayor parte de nosotros hacemos frente a severas batallas al volver nuestros rostros de escenas que incitan al mal, que no podemos evitar mientras caminamos por las calles. Hay suficientes tentaciones para ocupar todo nuestro tiempo y esfuerzo, sin necesidad de traer deliberadamente una fuente de tentación directamente dentro de nuestra sala.


Muchos fracasan en entender que podemos pecar sólo con la mirada. Si alguno hubiera ido detrás de la madre Eva en el jardín del Edén y le hubiera preguntado qué estaba haciendo frente al árbol prohibido, probablemente habría contestado: «Solamente estoy mirando». Pero esas miradas la condujeron hacia los múltiples pesares y consiguientes muertes de billones de seres humanos a través de seis trágicos milenios. El rey David despertó de una siesta vespertina y casi por casualidad vio a la hermosa esposa de su vecino tomando un baño en la mediterránea azotea de su casa. Es más que posible, que si alguien le hubiera preguntado a David qué estaba haciendo, habría contestado, «solamente mirando». Pero esas miradas lo condujeron al adulterio y al asesinato, pecados que indujeron a la nación a olvidar a Dios. Los resultados de su inmoralidad con Betsabé acarrearon funestas consecuencias a la casa de David, pues, perdió a cuatro de sus propios hijos por tragedia o por apostasía. ¡Cuán amargamente se lamentó por las fatales consecuencias de su inocente «mirar»!

La influencia indeleble de los moldes mentales no puede recalcarse demasiado. Por la contemplación somos transformados. Los pensamientos se producen por lo que una persona ve. «Porque cuales son sus pensamientos íntimos, tal es él.» (Proverbios 23.7). Esto nos lleva a una de las más temibles conclusiones de que la televisión puede ser perjudicial para la vida cristiana. Está basada sobre el principio de la participación vicaria o mental en el pecado. Jesús declaró: «Oísteis que fue dicho: ‘No cometerás adulterio’. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.» (Mateo 5.27-28).

Note que la mente es capaz de crear cuadros tan reales que la gente llega a estar involucrada en las escenas imaginarias. La participación es tan real que, según dijo Jesús, somos hechos responsables por lo que permitimos que nuestras mentes fomenten, exactamente como si nosotros hubiéramos llevado a la práctica aquello que pensamos. Siendo que el cerebro es el centro de las decisiones del cuerpo, todo acto realizado debe ser primero concebido en la mente, antes de que pueda ser llevado a la acción. El cerebro, a través del vasto sistema nervioso de comunicación, envía el mensaje a las manos, a los pies, o a cualquier otro órgano de nuestro cuerpo, para ponerlo en acción. Este, el cerebro, es el punto inequívoco de las más fuertes tentaciones.

El hecho de abrigar los cuadros mentales hasta que la orden de actuar es transmitida al cuerpo, es tan presuntuoso y tan debilitante para la voluntad, que pocas personas son capaces de resistirse a obedecer esas órdenes.

La única protección segura para el cristiano contra el pecado es rechazar el pensamiento o la imaginación del mal que Satanás quiere imprimir en su mente. Una vez que los malos hechos han sido albergados y reflexionados, aunque sólo sea pensamientos, la increíble relación íntima que existe entre la mente y el cuerpo comienza a producir reacciones físicas. Con la velocidad de la electricidad, el cerebro envía mensajes a todo el cuerpo poniéndolo en alerta para la acción. Y ahora la mente y el cuerpo se unen para presionar a la persona a realizar el acto.

Pero supongamos que es imposible para una persona llevar a cabo la acción que la mente le incita a realizar. Tal vez se han producido en la mente algunos pensamientos concupiscentes, pero no hay nadie con quien realizar el pecado. O, si la persona es cristiana, podría tener fuertes inhibiciones contra los actos contemplados, de tal modo que pueda resistir la tentación de llevar a cabo los impulsos de la mente. En este caso el pecado existe solamente con la imaginación. Pero el poder del pensamiento es tal que a la vista de Dios, la realización mental del pecado es considerada tan verdadera como la indulgencia física en sí misma.

Ahora, apliquemos este principio a la costumbre de mirar la televisión. En ninguna otra parte vemos una demostración más vívida de lo que es la participación mental en el pecado. Aun en el caso de que el televidente tenga la suficiente madurez como para darse cuenta que la escena es solamente imaginaria o ficticia, sin embargo, llega a estar tan emocionalmente involucrado en la escena como si estuviera realmente viviendo la experiencia. El corazón palpita con terror, los ojos se llenan de lágrimas y el televidente se proyecta mentalmente en la misma escena. Ya sea que peleen o disparen tratando de salir de una situación desesperada, o que estén sufriendo el trauma de una enfermedad incurable, complaciéndose en la excitación de una escena provocativa en un dormitorio, el televidente se envuelve en la intriga, tomando parte por proyección en las aventuras del héroe o heroína. Jesús dijo que esta clase de participación es tan mala como la intervención personal en la realidad.

Procure imaginar la estrategia fantástica de Satanás en su uso de la televisión. El solo hecho de pensar en ello confunde la mente. Aquí tenemos una situación en la cual el diablo inspira un acto de pecado simulado; por ejemplo, un cuadro artificial de un adulterio fingido. Pero, por medio de la manipulación de las emociones, Satanás puede hacer aparecer aquel pecado simulado como un millón de pecados reales de adulterio, porque un millón de personas se proyectan a sí mismas en el cuadro y en sus mentes no es una cosa aparente. Es tan real, que aun sus cuerpos reaccionan. Las emociones de concupiscencia y temor, obsesionan tan plenamente a los observadores que aunque ellos no pueden tomar parte físicamente en el pecado, sus mentes y voluntades son afectadas exactamente en la misma manera como si estuvieran tomando parte en él. Y lo peor de todo es que Dios los considera tan culpables como si lo hubieran hecho personalmente.

¡Y qué manera tan inteligentemente diabólica de convertir a los observadores en ladrones, asesinos y adúlteros! Satanás solamente tiene que trabajar con los escritores y actores para que produzcan las estratagemas más apelantes, realísticas y emocionales. Desde ese punto las leyes naturales de la mente asumen la responsabilidad y los televidentes llegan a ser cautivos emocionales de todo lo que ellos mismos se permiten mirar. Un día pueden estar viviendo la experiencia de un ladrón, el próximo día la de un asesino y más tarde la de un fornicario o un adúltero. Para los actores en el escenario esto es sólo una simulación de algo absurdo, pero para los televidentes es, momentáneamente una oportunidad para hacer todas las cosas excitantes que Dios y la sociedad prohíben, sin tener que hacer frente a las consecuencias de haberlas hecho. Pero, ¿tenemos que hacer frente a las consecuencias? No físicamente quizás, pero, moralmente somos responsables por aquellos actos realizados en la mente; y en el día del juicio tendremos que dar cuenta de ellos. Pero aquellos que no han confesado y abandonado esos pecados, qué terrible cuenta tendrán que rendir por la prostitución de los poderes sagrados de la mente y de la voluntad.

Seguramente este principio del pecado por sustitución explica por qué la Biblia habla tan fuertemente del asunto de los cinco sentidos. Jesús hizo bien claro que ningún esfuerzo debería escatimarse para salvaguardar las avenidas de la mente. Inmediatamente después de su comentario acerca de mirar a una mujer para codiciarla, él dijo:

«Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo y échalo de ti, pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno.» (Mateo 5.29). 

A menudo este texto se ha tergiversado. Jesús no estaba hablando del ojo físico. Una persona puede perder un ojo y sin embargo puede ser todavía mala y perversa. Él estaba hablando de las cosas que el ojo suele enfocar. Si el ojo está mirando algo que es propenso a conducir la mente a abrigar el pecado, Jesús dijo que se debería tomar la más drástica medida para poner estas escenas fuera de la vista. En otras palabras: «No continúe mirando algo que es espiritualmente ofensivo y provocativo». Por hacer eso, una persona podría ser conducida al pecado y como resultado ser «arrojada en el infierno».

¡Qué dramático ejemplo del peligro de «sólo mirar» cuadros malos! Transportados al escenario de nuestra época Cristo diría que si tenemos un equipo de televisión en el hogar que no podemos controlar, es mejor echarlo fuera de la casa y tirarlo al montón de desperdicios, que ser llevado al pecado por su influencia. Es mejor llevar una vida, digamos, de un solo ojo sin la televisión que perder nuestra alma por abrigar pensamientos pecaminosos producidos por ella.

La orden de Cristo fue: «sácalo y échalo de ti», dale la espalda a aquello que el ojo está mirando. La elección tenemos que hacerla nosotros. La única manera de mantener nuestras mentes puras es mirar, escuchar y hablar solamente cosas que son puras. El apóstol Pablo dijo:

«Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.» (Filipenses 4.8). 

El secreto para ser puro, honesto, y virtuoso es pensar de esa manera. Y la manera como pensamos está determinada por lo que vemos, oímos y hablamos. David dijo:

«No pondré delante de mis ojos cosa injusta.» (Salmos 101.3). 

A estos factores espirituales podríamos añadir muchas páginas de estadísticas sorprendentes acerca del efecto de la violencia en la televisión sobre la mente y la moral, sobre la incitación al crimen y las hazañas de los escolares. Todo esto es bien conocido con frecuencia. Nunca se sabrá con exactitud cuántos modelos de crímenes han sido detallados cuidadosamente en los programas de televisión, que luego son puestos en acción por un conjunto de rateros, ladrones y raptores.

La sociedad está actualmente en el apogeo de una creciente complacencia en la violencia y el sufrimiento humano. La constante exposición a la crueldad y la inhumanidad en la televisión ha creado un clima de sorprendente indiferencia hacia nuestros semejantes. A la gente no le gusta estar complicada en tales cuestiones. Generalmente pasan descuidadamente al lado de una víctima que fue atacada. Las reacciones del público a calamidades de naturaleza tales como terremotos, inundaciones o hambres casi no llaman la atención. Las noticias televisadas de millares que mueren en Suramérica o Turquía hacen menos impresión que las escenas de las películas de la noche pasada. Las representaciones animadas y caprichosas que han sido preparadas comercialmente para impresionar, llaman más la atención que los actuales relatos verídicos de sufrimiento y muerte. Los delicados sentimientos de compasión han sido embotados y casi destruidos por el continuo bombardeo de las emociones por los especialistas de «excitación y horror» de Hollywood.

El impacto de la muerte es atenuado por la constante sobre exposición. Aun las representaciones televisivas de las crónicas de asesinatos y muertes son miradas repetidamente en programas sucesivos. Pareciera que las personas asesinadas vuelven a vivir, sólo para ser muertas y resucitadas vez tras vez. La constante exposición del asesinato de Lee Harvey Oswald es un ejemplo de tal tele violencia. La mente casi rechaza la realidad de lo que está mirando.

Peligro TV Trabajando

Y ¿qué efecto tiene esto finalmente sobre la conciencia y el carácter del hombre? 

Sin duda hay un deseo mórbido, innato de mirar la violencia sin sentir culpa. Como un inocente observador, el televidente no es ni el agresor ni la víctima. Sin tener nada que hacer sino mirar, y siendo incapaz de intervenir, gradualmente se adapta a una mentalidad fascinada e incapaz de actuar. Bajo un constante bombardeo, la mente no nota la diferencia entre lo que es fantasía y lo que es realidad. Esta es la razón por la cual muchos son capaces de detenerse y observar la brutalidad y la violencia en la vida real sin levantar un dedo.

Una señora recién casada dijo hace poco: «Estamos comenzando con las más mínimas necesidades de la vida, una cama, una estufa, y un televisor». Con el 98% de hogares americanos que tienen un equipo de televisión, trate de hacer lo mejor para visualizar el efecto de sus seis y media horas de operación. Los niños pasan la tercera parte de sus horas de vigilia bajo la influencia artificial de ideas y filosofías que sus padres no les enseñaron y que a menudo ni siquiera conocen. Se ha calculado que la cuarta parte de los niños entre las edades de 5 a 20 años miran la televisión más de cinco horas cada día escolar. Esto es aún más tiempo del que pasan bajo la directa instrucción de sus maestros; más tiempo del que emplean en jugar o comer cada día. Solamente dormir sobrepasa la televisión como el máximo consumidor de tiempo.

¿Qué tipo de mensaje se dirige literalmente a las mentes abiertas de estos niños y niñas? 

83% de todos los programas de televisión contienen violencia, y el 98% de los dibujos animados presentan acciones de violencia. De hecho cuando sus hijos están mirando dibujos animados, están observando un promedio de 30 hechos de violencia cada dos minutos. Las películas y los dramas policiales del oeste no son mejores porque el 97% de ellos contiene violencia. Pero, ¿qué acerca de los niños que no tienen edad suficiente para ir a la escuela? Hay aproximadamente doce millones de ellos entre tres y cinco años. De acuerdo a Índice de Televisión Nielsen, estos niños en edad preescolar se sientan frente a la pantalla del televisor un promedio de 54.1 horas por semana. Piense en el poder que se ejerce sobre las mentes y emociones dóciles de estos niños que son casi bebés. Casi el 64% de sus horas de vigilia observan las tensiones, violencia, y propaganda comercial de la televisión, vacía, y excitante de los nervios. Nos preguntamos ¿por qué la juventud de generaciones pasadas parece tener dificultad en adaptarse a la vida real y a la gente? El Dr. Víctor B. Cline, de la Universidad de Utah, ha calculado que entre el Kinder y la edad de catorce años, un niño ha sido testigo de la muerte violenta de más de 13.000 seres humanos en la pantalla de la televisión. Siendo que los niños de pre-kinder están mirando la televisión el 64% de sus días, trate de imaginarse de cuántos asesinatos son testigos más allá de los 13.000 ya mencionados. Ningún experimentado veterano que combate diariamente se acerca nunca a la horrible mutilación y matanza del promedio diario de la televisión.

Tal vez el estudio más concluyente sobre el tema de la agresión en la televisión ha sido documentado por Alfred Bandura and Associates (Alfred Bandura y Asociados), y fue publicado en el Journal of Abnormal and Social Psychology (Diario de Sicología Anormal y Social). Sus conclusiones fueron sacadas de la observación de niños normales, evaluados por reacciones de un grupo de control, puesto frente a escenas de violencia en la pantalla de la televisión. Su conclusión enfática fue que la agresión filmada eleva la tendencia agresiva en los niños. Ellos definitivamente imitan la conducta violenta que ven en los programas de televisión.

En 1969 la Comisión Nacional sobre las Causas y Prevención de Violencia (National Commission on the Causes and Prevention of Violence) dio un informe de su exhaustiva investigación. Aquí está la sustancia de sus conclusiones:

«La superioridad de las evidencias en investigaciones realizadas sugieren categóricamente… que la violencia en los programas de televisión puede y tiene efectos adversos sobre el concurso de oyentes, particularmente sobre los niños». 

Uno de los más tristes y obvios resultados de la adicción de los niños a la televisión es la trágica ruptura de la comunicación con los padres. Durante esas cinco horas decisivas diarias no hay absolutamente ninguna influencia recíproca entre padres e hijos. El Dr. D. M. Azimi, presidente del Departamento de Sociología y Antropología de la Universidad de Pennsylvania en Indiana, Pennsylvania, cree que los niños pueden ser alucinados por los espectáculos llenos de violencia, sexo y agresión.

«Interrumpa a alguien que esté mirando la televisión y note el profundo trance en que se encuentra. Se sentirá molesto con usted por interrumpirle ese estado de distracción semejante al que produce la droga, pero si le pregunta qué se estaba diciendo en el programa, no podrá decirle. «Los padres se convierten en incitadores de sus hijos a mirar la televisión. Muchos niños a muy temprana edad les
gustaría tener una agradable y estrecha relación con sus padres. Pero sus padres les dicen: ‘Vayan y miren la televisión. Yo estoy ocupado’… Pronto el hábito los esclaviza y empiezan a sentarse con ojos vidriosos, en estupor, como ‘clavados’, frente a la pantalla de la televisión. y una vez que ellos forman ese hábito, quitárselo sería tan difícil como quitarles una droga». 

Si los padres no protegen a sus propios hijos del incesante asalto emocional de la televisión, ¿quién lo hará? La industria no se preocupa por los hijos de nadie. Ellos sólo piensan en una cosa: consumo, negocio. No necesitamos ser expertos para darnos cuenta que su principal objetivo es apelar a la vanidad, a la concupiscencia y a la codicia humana. Los sicólogos del mercado dirigen sus anuncios comerciales a los amplios ojos inocentes que no tienen defensa. Sin embargo, se propalan clamores espectaculares e hipócritas y la falsedad es revelada. El infortunado efecto posterior es una actitud corrosiva de cinismo y desconfianza de parte de la juventud.

¿Se ha dado usted cuenta de las cosas rutinarias que proyecta el término medio de los programas de televisión? 

Los maestros son generalmente presentados como incompetentes, desubicados, vengativos. La felicidad viene por la juventud y el sexo. Se representa el matrimonio como una carretilla pesada, o algo para hacer ostentación por excitante infidelidad. Los padres son proyectados con frecuencia como desatinados, de normas anticuadas, sin ninguna autoridad o habilidad para tomar sabias decisiones. Los mismos fundamentos del hogar y la sociedad son minados con sutileza por la mayor parte de los programas de la televisión, incluyendo algunos de los más populares. No sería extraño que el más grande problema social de la actualidad fuese qué hacer para que la familia no deje de ser la unidad básica de la sociedad.

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