Es Pecado Violar las Leyes de la Salud

Este articulo es extraído del libro Consejos para la Iglesia, capitulo 38, titulado «El llamamiento a vivir una vida temperante».
Es Pecado Violar las Leyes de la Salud

La salud es una bendición inestimable, que está más íntimamente relacionada con la conciencia y la religión de lo que muchos se dan cuenta. Tiene mucho que ver con la capacidad de uno para servir, y debe ser guardada en forma tan sagrada como el carácter; porque cuanto más perfecta sea la salud, tanto más perfectos serán también nuestros esfuerzos para hacer progresar la causa de Dios y beneficiar a la humanidad.

El 10 de diciembre de 1871 me fue mostrado que la reforma pro salud es un ramo de la gran obra que ha de preparar a un pueblo para la venida del Señor. Está tan íntimamente relacionada con el mensaje del tercer ángel como la mano lo está con el cuerpo. La ley de los Diez Mandamientos ha sido considerada livianamente por los hombres, pero el Señor no quiso venir a castigar a los transgresores de dicha ley sin mandarles primero un mensaje de amonestación. El tercer ángel proclama ese mensaje. Si los hombres hubieran sido siempre obedientes al Decálogo, y hubiesen llevado a cabo en su vida los principios de esos preceptos, la maldición de tanta enfermedad que ahora inunda el mundo no existiría.

Los hombres y las mujeres no pueden violar la ley natural, complaciendo un apetito depravado y pasiones concupiscentes, sin violar la ley de Dios. Por lo tanto, el Señor ha permitido que sobre nosotros resplandezca la luz de la reforma pro salud, para que veamos el pecado que cometemos al violar las leyes que él estableció en nuestro ser. Todos nuestros goces o sufrimientos pueden atribuirse a la obediencia o transgresión de la ley natural.

Nuestro misericordioso Padre celestial ve la condición deplorable de los hombres que, a sabiendas unos, por ignorancia muchos, viven violando las leyes que él estableció. Pero por su amor y compasión hacia la especie humana, él hace resplandecer la luz de la reforma pro salud. Promulga su ley y anuncia la penalidad que se aplicará a la transgresión de ella, para que todos puedan aprender y procuren vivir en armonía con la ley natural. Proclama su ley tan distintamente y la hace tan eminente que es como una ciudad asentada sobre una montaña. Todos los seres responsables pueden comprenderla si quieren. Los idiotas no serán responsables. Hacer clara la ley natural e instar a que se la obedezca es la obra que acompaña al mensaje del tercer ángel, con el propósito de preparar un pueblo para la venida del Señor.

“No sois vuestros”

Creemos sin duda alguna que Cristo va a venir pronto. Esto no es una fábula para nosotros; es una realidad. Cuando el viniere, no lo hará para limpiarnos de nuestros pecados, quitarnos los defectos de carácter o curarnos de las flaquezas de nuestro temperamento y disposición. Si es que se ha de realizar en nosotros esta obra, se hará antes de aquel tiempo.

Cuando venga el Señor, los que son santos seguirán siendo santos. Los que han conservado su cuerpo y espíritu en pureza, santificación y honra, recibirán el toque final de la inmortalidad. Pero los que son injustos, inmundos y no santificados permanecerán así para siempre. No se hará en su favor ninguna obra que elimine sus defectos y les dé un carácter santo. Todo esto debe hacerse en las horas del tiempo de gracia. Ahora es cuando debe realizarse esta obra en nosotros.

Estamos en un mundo que se opone a la justicia, a la pureza de carácter y al crecimiento en la gracia. Dondequiera que miremos, vemos corrupción y contaminación, deformidad y pecado. Y ¿cuál es la obra que hemos de emprender aquí precisamente antes de recibir la inmortalidad? Consiste en conservar nuestros cuerpos santos y nuestro espíritu puro, para que podamos subsistir sin mancha en medio de las corrupciones que abundan en derredor nuestro en estos últimos días.

“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”. 1 Corintios 6:19, 20.

No nos pertenecemos. Hemos sido comprados a un precio elevado, a saber, los sufrimientos y la muerte del Hijo de Dios. Si pudiésemos comprender plenamente esto, sentiríamos que pesa sobre nosotros la gran responsabilidad de mantenernos en la mejor condición de salud, a fin de prestar a Dios un servicio perfecto. Pero cuando nos conducimos de manera que nuestra vitalidad se gasta, nuestra fuerza disminuye y el intelecto se anubla, PECAMOS CONTRA DIOS. Al seguir esta conducta no le glorificamos en nuestro cuerpo ni en nuestro espíritu que son suyos, sino que cometemos lo que es a su vista un grave mal.

La obediencia es un asunto de deber personal

El Creador del hombre ha dispuesto la maquinaria viviente de nuestro cuerpo. Toda función ha sido hecha maravillosa y sabiamente. Y Dios se ha comprometido a conservar esta maquinaria humana marchando en forma saludable, si el agente humano quiere obedecer las leyes de Dios y cooperar con él. Toda ley que gobierna la maquinaria humana ha de ser considerada tan divina en su origen, en su carácter y en su importancia como la Palabra de Dios.

Toda acción descuidada y desatenta, todo abuso cometido con el maravilloso mecanismo del Señor, al desatender las leyes específicas que rigen la habitación humana, es una VIOLACION A LA LEY DE DIOS.

Podemos contemplar y admirar la obra de Dios en el mundo natural, pero la habitación humana es la más admirable. Puesto que las leyes de la naturaleza son las leyes de Dios, sencillamente es nuestro deber dar a estas leyes un estudio cuidadoso.

Debemos estudiar sus requerimientos con respecto a nuestros propios cuerpos, y conformarnos a ellos. La ignorancia en estas cosas es pecado.

Cuando los hombres y las mujeres se convierten de verdad, respetan concienzudamente las leyes de la vida que Dios ha establecido en su ser, y así tratan de evitar la debilidad física, mental y moral. La obediencia a estas leyes ha de convertirse en un deber personal. Nosotros mismos debemos sufrir los males producidos por la violación de la ley. Debemos dar cuenta a Dios por nuestros hábitos y prácticas. Por lo tanto, la pregunta que debemos hacernos no es: “¿Qué dirá el mundo?”, sino “¿cómo trataré yo, que pretendo ser un cristiano, la habitación que Dios me ha dado? ¿Trabajaré para lograr mi más alto bien temporal y espiritual al guardar mi cuerpo como templo para la morada del Espíritu Santo, o me abandonaré a las ideas y prácticas del mundo?”

La vida de Dios en el alma es la única esperanza del hombre

La religión de la Biblia no perjudica la salud del cuerpo ni de la mente. La influencia del Espíritu de Dios es la mejor medicina para la enfermedad. El cielo es todo salud; y mientras más profundamente se experimenten las influencias celestiales, más segura será la recuperación del inválido creyente. Los verdaderos principios del cristianismo se abren delante de todos como una fuente de felicidad inestimable. La religión es un manantial inagotable, en el cual el cristiano puede beber cuanto desee sin que jamás se termine.

La condición de la mente afecta la salud del sistema físico. Si la mente es libre y feliz, como resultado de una conducta correcta y por la sensación de satisfacción que se deriva de hacer felices a otros, engendra una alegría que producirá un efecto positivo sobre todo el sistema, hará que la sangre circule más libremente y tonificará todo el cuerpo. La bendición de Dios es un poder sanador, y los que son amplios en beneficiar a otros experimentarán esa bendición maravillosa tanto en el corazón como en la vida entera.

Cuando las personas que han gratificado sus malos hábitos y prácticas pecaminosas se someten al poder de la verdad divina, la aplicación de dichas verdades al corazón aviva las facultades morales, que parecían haberse paralizado. El receptor posee una comprensión más enérgica y clara [de lo que significa] fundamentar su alma sobre la Roca eterna. Aun su salud física mejora al establecer su seguridad en Cristo.

Los hombres necesitan aprender que no pueden poseer en su plenitud las bendiciones de la obediencia, sino cuando reciben la gracia de Cristo. Esta es la que capacita al hombre para obedecer las leyes de Dios y para liberarse de la esclavitud de los malos hábitos. Es el único poder que puede hacerle firme en el buen camino y permanecer en él.

Cuando se recibe el Evangelio en su pureza y con todo su poder, es un remedio para las enfermedades originadas por el pecado. Sale el Sol de justicia, “trayendo salud eterna en sus alas”. Malaquías 4:2, V.M. Todo lo que el mundo proporciona no puede sanar al corazón quebrantado, ni dar la paz al espíritu, ni disipar las inquietudes, ni desterrar la enfermedad. La fama, el genio y el talento son impotentes para alegrar el corazón entristecido o restaurar la vida malgastada. La vida de Dios en el alma es la única esperanza del hombre.

El amor que Cristo infunde en todo nuestro ser es un poder vivificante. Da salud a cada una de las partes vitales: el cerebro, el corazón y los nervios. Por su medio, las energías más potentes de nuestro ser despiertan y entran en actividad. Libra al alma de culpa y tristeza, de la ansiedad y congoja que agotan las fuerzas de la vida. Con él vienen la serenidad y la calma. Implanta en el alma un gozo que nada en la tierra puede destruir; el gozo que hay en el Espíritu Santo, un gozo que da salud y vida.

Las palabras de nuestro Salvador: “Venid a mí… y yo os haré descansar” ( Mateo 11:28), son una receta para curar las enfermedades físicas, mentales y espirituales. A pesar de que por su mal proceder los hombres han atraído el dolor sobre sí mismos, Cristo se compadece de ellos. En él pueden encontrar ayuda. Hará cosas grandes en beneficio de quienes en él confíen.

La reforma pro salud actual

En nuestra obra debe dedicarse más atención a la reforma pro temperancia. Todo deber que exige reforma entraña arrepentimiento, fe y obediencia. Significa elevar el alma a una vida nueva y más noble. De modo que toda verdadera reforma tiene su lugar en la obra del mensaje del tercer ángel. Especialmente la reforma pro temperancia exige nuestra atención y apoyo. En nuestros congresos debemos llamar la atención a esa obra y hacer de ella un asunto de viva importancia. Debemos presentar a la gente los principios de la verdadera temperancia y solicitarle que firme la promesa de abstinencia. Debe dedicarse atención especial a los que están esclavizados por los malos hábitos. Debemos conducirlos a la cruz de Cristo.

A medida que nos acercamos al fin del tiempo, debemos elevarnos cada vez más en lo que respecta a la cuestión de la reforma pro salud y la temperancia cristiana, presentándola de una manera más positiva y decidida. Debemos esforzarnos continuamente por educar a la gente, no solamente por nuestras palabras, sino también por nuestra práctica. El precepto y la práctica combinados ejercen una poderosa influencia.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Pensamiento de hoy

- Elena G. White


Síguenos en las redes:
Telegram
WhatsApp
Facebook