¿Cuál es el nuevo Pueblo de Israel?

El Nuevo Testamento considera a la Iglesia como continuación del verdadero Israel de Dios.

El reino de Cristo está compuesto, no por dos pueblos separados, Israel y la Iglesia, sino por un pueblo, el «Nuevo Israel», consistente en judíos y gentiles creyentes.

«No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino.» (Lucas 12:32). Al llamar a sus discípulos «manada pequeña» Dios está indudablemente identificando a sus discípulos como al verdadero remanente de Israel.

«Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia.» (1 Ped. 2: 9-10)

En palabras bastante claras, Pedro demuestra que el «linaje escogido» no es más exclusivamente los judíos étnicos, sino los creyentes judíos y gentiles. La Iglesia es el nuevo Israel que cumple las promesas hechas al Israel del Antiguo Testamento.

«Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación. Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios.» (Gal 6: 15-16).

¿Cuál es el nuevo Pueblo de Israel

La iglesia es llamada ‘Israel de Dios’ en el Nuevo Testamento y es presentada allí como el nuevo Israel, heredero único de todas las bendiciones prometidas en el pacto para el presente y para el futuro.

«Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.» (Gál. 3: 28-29)

“Los judíos perecieron como nación porque fueron apartados de la verdadde la Biblia por sus gobernantes, sacerdotes y ancianos. Si hubieran hecho caso a Jesús, e investigado las Escrituras por sí mismos, no habrían perecido”. – {TM 109.2}

La simiente de Abraham no eran los judíos, la simiente de Abraham era Cristo (Galatas 3:16), y todo aquel que se une a Cristo por la fe también llega a formar parte de la simiente de Abraham (Galatas 3:28-29). Esto significa que para que un judío sea verdadera simiente de Abraham debe unirse a Cristo (Romanos 2:28-29; 9:6-8).

El concepto protestante que enseña que Israel sigue siendo el pueblo de Dios, independiente si no cree en el Mesías, es ajeno a la Escrituras, sin Cristo no existe pueblo de Dios (Juan 1:12: Efesios 2:11-15), el centro de todas las promesas es Cristo (2 Corintios 1:20).

«El pueblo que había sido una vez favorecido por Dios se estaba separando de él, y rápidamente estaba pasando a ser desconocido por Jehová. Cuando Cristo en la cruz exclamó: “Consumado es,”7 y el velo del templo se rasgó de alto a bajo, el Vigilante Santo declaró que el pueblo judío había rechazado a Aquel que era el prototipo simbolizado por todas sus figuras, la substancia de todas sus sombras. Israel se había divorciado de Dios.» — El Deseado de Todas las Gentes, p. 656.3

La siguiente cita de Elena de White reafirma la posición bíblica:

«Cuando el pueblo judío rechazó a Cristo, el Príncipe de la vida, él les quitó el reino de Dios y lo dio a los gentiles. » — Eventos de los Últimos Días, p. 53.3

Sin embargo, también hay un mensaje de amonestación para nosotros los Adventistas. Cuando una iglesia demuestra que es infiel al Señor, Él ya no puede trabajar con ella y le quita su lugar y se lo entrega a otros.

«La Iglesia Adventista del Séptimo Día debe ser pesada en la balanza del Santuario. Será juzgada conforme a las ventajas que haya recibido. Si su experiencia espiritual no corresponde a los privilegios que el sacrificio de Cristo le tiene asegurados; si las bendiciones conferidas no la capacitaron para cumplir la obra que se le confió, se pronunciará contra ella la sentencia: “Hallada falta”. Será juzgada según la luz y las ocasiones que le fueron deparada.» — Eventos de los Últimos Días, p. 54

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Pensamiento de hoy

- Elena G. White


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