Lo que la Biblia enseña sobre las ofrendas

Las ofrendas en el Antiguo Testamento

El Antiguo Testamento habla de ofrendas de sacrificios expiatorios, que se relacionaban con la expiación de los pecados cometidos y la culpa resultante de esos pecados (Levítico 4–5). También encontramos los holocaustos, que representaban una entrega total al Señor (Lev. 1: 9), las ofrendas de paz que servían para pagar votos hechos al Señor, o como un acto de devoción o de gratitud a Dios (Lev. 7: 11-21).

Había otras ofrendas como: la ofrenda de cereal, que reconocía a Dios como el Señor del pacto y al pueblo de Israel como su siervo y por supuesto también era una ofrenda que enseñaba la idea de que los frutos de la tierra eran el resultado de las bendiciones del Señor (Lev. 2: 1-10).

También estaba la ofrenda de las primicias o primeros frutos. Esta ofrenda era sobre todo un reconocimiento de que Dios estaba en el primer lugar de la vida del que traía sus primeros frutos, y también reconocía que Dios era quien hacía producir la tierra. Por lo tanto, él era la verdadera fuente de todo bien y el propietario de la tierra (Lev. 23: 9-11; Núm. 18: 12-13; Deut. 18: 4 y 26: 1-11).

En el Antiguo Testamento se menciona una ofrenda procedente del botín de guerra (Núm. 31: 29, 41, 52) que reconocía a Dios como el dador de la victoria sobre los enemigos. Y finalmente mencionaremos las ofrendas especiales que eran requeridas para un propósito concreto como la construcción o reconstrucción del templo (Éxo. 25: 2; Esd. 1: 6; 8: 25), o también las que se pedían en ocasiones especiales, como las tres fiestas nacionales en las que los israelitas peregrinaban a Jerusalén (Deut. 16: 16-17).

Enseñanzas de las ofrendas del Antiguo Testamento

Uno de los textos que mejor nos ayuda a comprender las ofrendas es Deuteronomio 16: 16-17. Allí leemos: «Tres veces cada año se presentarán todos tus varones delante de Jehová, tu Dios, en el lugar que él escoja […]. Y ninguno se presentará delante de Jehová con las manos vacías; cada uno presentará su ofrenda conforme a la bendición que Jehová, tu Dios, te haya dado».

Según Deuteronomio 16: 16 nadie debía presentarse ante Dios con las manos vacías. Esto significa que, bíblicamente hablando, la ofrenda forma parte integral del culto rendido a Dios. En la Biblia, ofrendar no es una cuestión de índole financiera, sino que está relacionado con la forma cómo adoramos, cuánto agradecemos y en qué medida estamos dispuestos a reconocer a Dios como la fuente de todo lo bueno que llega a nuestras vidas.

Presentarse con las manos vacías daba la idea de que la persona no tenía nada que agradecer ni reconocer acerca de su Dios. Un culto sin ofrendas era un culto a una Divinidad que no tiene nada por qué alabarlo o adorarlo. Así que, por medio del sistema de ofrendas, Dios parece estar enseñando a su pueblo cómo rendirle una correcta adoración. De ahí que presentarse ante Dios sin un don u ofrenda sea robarle su gloria, grandeza e inmensa generosidad. Por eso a través del profeta Malaquías Dios denuncia el hecho de que sus hijos no traigan ofrendas como un robo contra él (Mal. 3: 6-8). En otras palabras, el Señor se merece tener hijos que demuestren que él es un Dios que bendice abundantemente a quienes le entregan su vida y cuida de ellos con amor y dedicación.

Deuteronomio 16: 17 dice que cada uno traerá su ofrenda de acuerdo a la bendición recibida. Esta idea refuerza el concepto de la responsabilidad individual o personal cuando se trata de mi adoración, reconocimiento y gratitud hacia Dios. Presentar una ofrenda implica que tengo una fe personal, que tengo una experiencia personal con Dios, que él ha obrado en mi vida y que me corresponde a mí reconocer y agradecer todo eso.

Esta idea nos ayuda a entender el concepto de la proporcionalidad en las ofrendas. La ofrenda bíblica es proporcional a la bendición que se reciba de Dios. Por eso la cantidad de la ofrenda varía de una persona a otra, porque la bendición es variada.

La mejor forma de lograr este ideal bíblico para la ofrenda es estableciendo un porcentaje. De esta manera, en la medida en que la bendición varíe, la ofrenda también lo hará aunque el nivel de sacrificio se mantendrá igual. El punto aquí es que si recibí mucho de parte de Dios, mi ofrenda debe reflejar eso, como si también recibí poco o no recibí nada.

Se trata pues de un sistema justo que demuestra que ofrendar está basado no en lo que damos nosotros sino en lo que Dios nos ha dado primero, porque la bendición tiene que llegar antes que demos la ofrenda.

Lo que aprendemos de las ofrendas en el Nuevo Testamento

Cuando llegamos al Nuevo Testamento no encontramos tantas referencias a las ofrendas como en el Antiguo. Aun así, el tema está ahí. Puede encontrarse en el ministerio de Cristo, en las enseñanzas apostólicas y en la práctica de la iglesia en ese periodo.

De esta manera, el Nuevo Testamento muestra, más allá de toda duda, que la dadivosidad cristiana no consiste en suplir alguna necesidad de Dios, cosa que no tendría sentido, pues él no tiene necesidades (Hech. 17: 25) y es también imposible porque no está en nosotros la posibilidad de suplir ninguna supuesta necesidad divina (Sal. 50: 10-12). Más bien, el Nuevo Testamento muestra una dinámica de imitación que tiene el propósito de hacernos más semejantes a nuestro Señor.

Jesús y las ofrendas

Jesús enseñó algo muy importante con relación a la ofrenda que no siempre se destaca lo suficiente. El Nuevo Testamento desde sus primeros capítulos se asegura de mostrar que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, Dios con nosotros, y por lo tanto merece recibir adoración, honra y alabanza (Mat. 1: 21-23; 2: 15).

Ya durante su ministerio terrenal, Jesús mostró la conexión que hay entre ofrendar y tener una correcta ética en cuanto a las relaciones con los demás. En Mateo 5: 23-24 deja claro que la ofrenda no solo debe mostrar que quien la presenta está en paz con Dios, sino también con sus semejantes.

Jesús también llamó la atención al hecho de que el sencillo acto de traer una ofrenda al templo y entregarla no siempre es una prueba de una entrega sincera y completa a Dios. Incluso el acto de ofrendar puede reflejar más bien una simple formalidad o aquello que estamos dispuestos a dar incluso cuando pudiésemos dar mucho más. En Lucas 21: 1-4 Jesús habló de la viuda que dio todo lo que tenía para señalar que para Dios es más importante el motivo que la cantidad de la ofrenda. Dios se fija en la entrega más allá del acto en sí.

Por eso Cristo también rechazó todo intento de llamar la atención hacia nuestra generosidad o pretender recibir recompensas por lo que damos, lo cual convertiría el ofrendar en un acto interesado y egoísta (Mat. 6: 1-4). Aun cuando Dios recompensa en formas que pueden ser públicas, el acto de ofrendar en la Biblia es esencialmente una experiencia personal, íntima y que debe proceder del corazón para ser tomada en cuenta por Dios y no por otros.

La famosa expresión de Jesús en Mateo 10 :10: «El obrero es digno de su alimento», fue reutilizada por el apóstol Pablo en 2 Timoteo 2: 15 y la aplicó al trabajo que realizaban los apóstoles y maestros de la iglesia. Esto significa que la iglesia tomó la declaración de Jesús como la base bíblica para proveer un pago o salario a aquellos que dedicaban sus vidas al ministerio evangélico. Los fondos para el pago de ese salario provenían de las ofrendas que daban los miembros de la iglesia.

Las ofrendas en las Epístolas paulinas

Más allá de Cristo, quien más se refirió a las ofrendas en el Nuevo Testamento fue sin dudas el apóstol Pablo. El Espíritu Santo lo inspiró para ayudar a los cristianos de todas las épocas a entender el significado teológico de las ofrendas, aportando principios bíblicos que hasta el día de hoy nos guían en cuanto a este tema. Pablo enseñó que:

La ofrenda debe ser motivada por la gracia y el ejemplo de Cristo. En 2 Corintios 8: 1 Pablo declaró que el maravilloso ejemplo dado por las iglesias de Macedonia fue debido a la gracia de Dios que obró en ellos.

Esta idea de Pablo nos muestra que el sistema de ofrendas no está diseñado para que aportemos nosotros recursos a Dios, sino que antes de que la ofrenda puede ser entregada, la gracia de Dios obra en la vida y en el corazón del individuo, habilitándolo y convenciéndolo para dar generosamente.

Elena G. de White escribió al respecto:

«Nuestro Padre celestial no creó el plan de la benevolencia sistemática para enriquecerse, sino para que fuese una gran bendición para el hombre. Vio que este sistema de beneficencia era precisamente lo que el hombre necesitaba».

Luego, en 2 Corintios 8: 9, Pablo también le recuerda a la iglesia que la gracia de Cristo manifestada en la cruz del Calvario es nuestro modelo en cuanto a ofrendar.

Ese ejemplo de Cristo debe ser nuestra máxima motivación, no solo para ofrendar sino para hacerlo generosamente y con un corazón lleno de amor.

Pablo enseñó que la ofrenda debe ser sistemática y en relación directa a la bendición recibida de parte de Dios.

«En cuanto a la ofrenda para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana, cada uno de vosotros ponga aparte algo»

(1 Cor. 16: 1-2).

Vemos aquí que la ofrenda bíblica no debe estar basada en una emoción o impulso repentino, tampoco debería estar sustentada en una necesidad que surgió y debe atenderse.

«Según haya prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofrendas»

(1 Cor. 16: 2).

La expresión «según haya prosperado» confirma la idea de que Dios primero nos da y luego nosotros podemos traer la ofrenda. También reafirma la enseñanza del Antiguo Testamento de que la ofrenda debe ser proporcional a la bendición (Deut. 16: 17).

Otra enseñanza de Pablo es que la ofrenda debe ser voluntaria y dada con alegría.

«Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza ni por obligación, porque Dios ama al dador alegre»

(2 Cor. 9: 7).

Ofrendar es un acto tan personal, voluntario y espiritual que no debiera estar influido por ninguna idea o razonamiento humano.

No es cierto que la ofrenda bíblica duele cuando se entrega, porque es una ofrenda que se da por y con amor. No ofrendamos simplemente porque seamos miembros de la iglesia o porque estemos obligados a ello, sino porque la relación que tenemos con Dios es una relación de amor y debido a eso Dios es mío y yo soy de Dios.

Pablo dice que la ofrenda debe ser generosa.

«El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará»

(2 Cor. 9: 6).

La generosidad de la que Pablo habla aquí no se refiere a la cantidad de la ofrenda sino más bien a la actitud de quien la da. Una ofrenda puede ser generosa aun cuando fuera poco en comparación con otras. De la mis ma manera alguien pudiera dar una gran cantidad y aun así no estar siendo generoso.

Así que no se trata aquí de impresionar a Dios con un monto o ganarle a los demás como si se tratara de un concurso o competencia. Dar generosamente es dar con humildad y sinceridad y a la vez dar lo mejor que puedo dar de acuerdo con mis posibilidades.

Pablo enseñó que la ofrenda debe entregarse a personas autorizadas y que debe ser un símbolo de la entrega de nuestro corazón a Dios. En 2 Corintios 8: 10-23 entre otras cosas, Pablo trata del manejo de las ofrendas. En este punto él se asegura de informarle a las iglesias que dieron la ofrenda que se habían tomado medidas adecuadas para que la ofrenda llegara adonde debía llegar y se usara en aquello para lo cual fue dada. Para esos fines se nombró una comisión para llevar la ofrenda a Jerusalén. Tito, un asistente de Pablo y dos hermanos que eran bien respetados en las iglesias, fueron autorizados por las iglesias y por el propio Pablo para recoger y llevar la ofrenda (2 Cor. 8: 1, 7-23; 8: 3).

Esto, por supuesto, evitaría acusaciones malintencionadas, desvíos no autorizados con relación a quien recibiría la ofrenda o en qué se usaría. Asimismo permitiría que cualquiera que tuviera algún reclamo con relación al proceso tuviese personas específicas a las cuales pedirle información o explicación.

Todavía hoy, las iglesias y los miembros en particular debemos tomar en cuenta la orientación bíblica en este aspecto. Hay miembros de iglesia que entregan sus ofrendas a personas particulares o a proyectos que no han sido autorizados por la iglesia. Ambas prácticas son incorrectas, porque una vez que nos hemos comprometido con entregar una ofrenda a Dios, dichos recursos no nos pertenecen y deben ser entregados al alfolí, que es la iglesia.

Si después de entregar nuestras ofrendas en la iglesia alguien quiere apoyar un proyecto particular o dar recursos a alguna persona en particular, esto debería hacerse como un donativo y nunca con recursos que han sido apartados para Dios.

«Os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro verdadero culto»

(Rom. 12: 1).

Como se desprende de estas palabras, la mayor ofrenda que podemos darle a Dios consiste en darnos a nosotros mismos. Por eso Pablo, hablando de los macedonios, destacó el hecho de que ellos se dieron a sí mismos primeramente a Dios y luego a Pablo y sus colaboradores (2 Cor. 8: 5). Así que bíblicamente hablando, estamos llamados a dar y a darnos a Dios.

Conclusión

Después de haber revisado la enseñanza bíblica sobre las ofrendas, debe quedarnos claro que es un tema de gran riqueza teológica y espiritual y que está debidamente explicado en las Sagradas Escrituras.

Hemos de tener siempre presente que el plan de las ofrendas en primer lugar apunta a Cristo, quien fue la más grande ofrenda jamás dada. Él fue el sacrificio por nuestros pecados, el rescate por nuestra liberación, el precio por nuestra salvación. Él fue «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Juan 1: 29). En el Calvario entregó su ofrenda y cada vez que ofrendamos debemos hacerlo pensando en esa ofrenda que se dio por nosotros y que demuestra el más grande y puro amor. Cada vez que ofrendamos debemos pensar no en que somos miembros de una iglesia, sino en que somos pecadores salvados por la sangre de Cristo.

La ofrenda, más que demostrar quién es más generoso en la iglesia, lo que debe recordarnos siempre es la generosidad de nuestro Dios al cumplir siempre sus promesas en nuestro favor y al hacer siempre todo lo que él nos dice.

Es un gran privilegio colaborar con Dios en esta noble causa. Es maravilloso saber que seré parte del triunfo de la iglesia de Dios en esta tierra, porque entre otras cosas, estoy poniendo mis tesoros en esa iglesia, pues el mismo Cristo declaró que donde esté mi tesoro, ahí estará también mi corazón (ver Mat. 6: 21).

¡Que así sea!

Por Roberto Herrera, del libro La iglesia: sus finanzas y la misión

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