En los Dedos de una Estatua

Una profecía clásica acerca de la cual deberíamos referirnos más. Es para nuestro tiempo.

Conocer el futuro. Nada sería más fascinante. Pero, todos los mortales reconocemos la existencia de una limitación humanamente infranqueable. Cuando niño sentía dos problemas serios con relación al futuro ­todavía los siento­, pero de un modo diferente: el tiempo y los hechos.

En los Dedos de una Estatua

El tiempo y los hechos del futuro

El tiempo del futuro. Mi madre me había mandado a comprar algo en el almacén. Llovía. En el sur de Chile llueve tanto que Pablo Neruda decía: «Si una persona se detiene por un instante, le sale musgo debajo del brazo». Yo contemplaba la lluvia y, sintiendo el tiempo cronológico, pensaba: «¡Cómo me gustaría manejar el futuro a mi antojo para poder traerlo hacia este instante sin tener que esperar cada segundo que me separa de mi regreso!» Después aprendí que la manipulación volitiva del futuro sólo se logra en la literatura. La realidad no lo permite. Siempre transcurre un lapso de tiempo entre el presente que vivo y el futuro que viviré. Y tengo que recorrerlo.

Pero, los hechos del futuro, cerrados como siempre están, me atraían mucho más. Tenían un sabor de gusto familiar inalcanzable. «Qué bueno sería si pudiera saber ­me decía­, lo que yo seré cuando tenga la edad de mi padre». Y cuando llegaba el tiempo de las elecciones, al pasar la noches pegando carteles con la propaganda del partido político que mi padre presidía en la región, el deseo de saber los resultados y conocer inmediatamente lo que ocurriría después venía a mí constantemente como una fuerza de atracción irresistible.

Después aprendí que el deseo de conocer los hechos del futuro, personal y comunitario, existe en todas las personas y que incluso se ha elaborado una multitud impresionante de medios para adivinarlos: agüeros, sortilegios, quiromancia, cartomancia, médiums y, después de la Segunda Guerra Mundial, la futurología iniciada por Ossip Flechtheim, los «futuribles» de France de Juvenal y los «prognósticos» de Fred Polank. Pero, nada rompe el sello de su misterio. El futuro ­lo mismo que el dolor, la muerte, el sufrimiento­, es un límite infranqueable, excepto para Dios, que puede revelarlo.

La revelación del futuro

Uno de los casos más admirables de futuro revelado por Dios ocurrió en el poderoso imperio Neo-babilónico, que abarcaba los territorios hoy pertenecientes a Irak e Irán. Fue hacia el año 605 a.C., cuando gobernaba un altivo rey llamado Nabucodonosor. Como resultado de una exitosa campaña bélica que dirigió contra Israel, llevó cautivos a Babilonia, la capital de su imperio, a muchos judíos, de los cuales tomó cuatro para acrecentar el grupo de sabios que prestaban servicio en su corte.

Una noche, preocupado, le costaba dormir. Pensaba en sí mismo y en su reino. Quería saber los hechos del futuro. Y se los reveló Dios por medio de un sueño. Pero, ironía de las ironías, lo olvidó. No tuvo duda. Mantenía en su corte un numeroso grupo de sabios, magos y astrólogos y adivinos. Ellos, pensaba él, conocían la ciencia de los misterios. Sabrían adivinar su sueño y explicar el significado.

No. Esto no era posible. Nabucodonosor quería que sus magos cruzaran la frontera infranqueable del tiempo hacia el futuro, y ellos no podían. «No hay hombre sobre la tierra ­dijeron­ que pueda declarar el asunto del Rey; además de esto, ningún rey, príncipe ni señor preguntó cosa semejante a ningún mago ni astrólogo ni caldeo, porque el asunto que el rey demanda es difícil, y no hay quien lo pueda declarar al rey, salvo los dioses cuya morada no es con la carne» (Dan. 2:10-12).

La frustración del rey llegó a las mayores profundidades de la humillación humana. Me engañan, pensó. Que mueran. Y el decreto de muerte no tenía misericordia, ni admitía apelación. Todos, sin faltar ninguno, incluyendo a los hebreos. Pero no era justo. Daniel y sus tres compañeros no habían sido consultados.


«¿Cuál es la causa para que este edicto se publique de parte del rey tan apresuradamente?» ­preguntó Daniel. Le concedieron tiempo. Y los cuatro hebreos rogaron a Dios, quien reveló a Daniel el sueño y su interpretación. Le permitió ver el futuro. Derritió delante de él la gruesa pared de hielo temporal y le mostró los hechos invisibles.

La historia de la humanidad en una estatua

«Hay un Dios en los cielos ­dijo Daniel a Nabucodonosor­, el cual revela los misterios, y él ha hecho saber al rey lo que ha de acontecer en los postreros días» (Dan. 2:28). Veías una gran imagen ­siguió diciendo­: Cabeza de oro, pechos y brazos de plata, vientre y muslos de bronce, piernas de hierro, pies de hierro y barro cocido. Y una gran piedra, cortada sin mano humana, cayó sobre sus pies y la destruyó completamente (Dan. 2:28-35).

La cabeza ­dijo Daniel­, eres tú. Después vendrá un reino inferior al tuyo, el pecho y los brazos; luego un tercer reino de metal, el vientre y los muslos; y el cuarto será como hierro, poderoso y destructor, las piernas; pero será dividido y algunos serán fuertes como el hierro y otros frágiles como el hierro y el barro que forman los dedos de los pies. Y cuando el mundo esté viviendo en los dedos de la estatua, «el Dios del cielo levantará un reino que no será destruido jamás» (Dan. 2:36-44).

La historia de la humanidad en una estatua. Para Nabucodonosor todo estaba en el futuro. Para nosotros, una parte de su futuro ya es pasado y otra no ha ocurrido todavía. La revelación de Dios se torna, por esto, mucho más relevante para nosotros que para él. En nuestro pasado están los cuatro grandes imperios, y nos sirven de prueba para poder creer en lo que resta.

El Imperio Neo-Babilónico fue conquistado por Ciro, el persa, en el 538 a.C., dando lugar a la existencia del Imperio Medo-Persa que Alejandro Magno, en rápida campaña, después de sus victorias en Gránico (334 a.C.), Isso (333 a.C.) y Arbela (331 a.C.), sustituyó por el Imperio Greco-Macedónico. Pero el imperio de Alejandro, el más extendido del mundo antiguo ­abarcaba desde Macedonia hasta la India, incluyendo Grecia, Egipto y todo el territorio del imperio de los medos y los persas­, no permanecería para siempre. Poderosos soldados romanos lo conquistaron en la batalla de Pidna (168 a.C.).

Roma siguió creciendo hasta tornarse, según el historiador Gibbon, una «monarquía de hierro,» el más poderoso imperio que gobernó todo el mundo desde Britania al río Éufrates. Pero su fin, según la revelación de Dios a Daniel, también vendría. Y vino bajo el extraño e insistente poder de pueblos bárbaros que, en varias invasiones, culminando con la deposición de Rómulo Augústulo en el año 476 d.C., lo invadieron y despedazaron.

En los dedos de la estatua

Había llegado la hora de los dedos de la estatua. El cuarto gran imperio mundial, el indestructible Imperio Romano, dividiéndose en una multiplicidad de naciones: algunos reinos fuertes como el hierro, otros frágiles como el barro. Y aquí estamos nosotros. Mirando hacia el pasado, futuro de Nabucodonosor, desde los dedos de la estatua. Aunque dividida, no destruida aún. Su destrucción, todavía en nuestro futuro, vendrá cuando la gran piedra de la segunda venida de Cristo al mundo, caiga contra ella.

«Y en los días de estos reyes ­dijo Daniel a Nabucodonosor­, el Dios del cielo levantará un reino que no será destruido jamás… desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre» (Dan. 2:44). El reino de Cristo.

El futuro reino universal

Comenzó en su forma de conquista espiritual cuando el Hijo de Dios nació de la virgen María con la misión de morir por la humanidad para salvarla. Su ministerio fue una manifestación del poder del reino, que transformaba pecadores en santos y anulaba el poder de los demonios. Anduvo haciendo bienes a todos los oprimidos del mal y murió en la cruz para otorgarles los bienes eternos de su reino. Desde entonces ha estado transformando incrédulos en creyentes, rebeldes a las leyes de su reino en nuevas criaturas y seres angustiados por su propio futuro y el de la humanidad en testigos de su reino y en prueba verdadera de su innegable realidad indestructible.

«Vendré otra vez ­dijo­, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy vosotros también estéis» (Juan 14:3). Y viendo que ya estamos en los dedos de la estatua, nos damos cuenta de que su retorno, para establecer un reino universal que no tendrá fin, es el siguiente gran acontecimiento en la historia revelada de la humanidad. Y el futuro ya no es una neblina impenetrable, ya no es una frontera de imposible conquista, ni es ya una infranqueable pared de hielo pétreo acumulado por el tiempo en soledad. La divina revelación lo ha vuelto un día claro, y el Reino de Cristo se vislumbra como un hecho abierto, y lo vivimos. ¡La Roca, que es Cristo, ya viene!

Por el Dr. MARIO VELOSO

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