La Biblia enseña que los fieles deben devolver al Señor el diezmo, es decir, el diez por ciento de sus rentas (Ml 3: 8-10, comparar con Mt 23:23). Además del diezmo, deben dar ofrendas voluntarias. Estas donaciones deben ser proporcionales a los beneficios obtenidos, aunque sean de pequeño valor. El ejemplo de la viuda pobre, registrado en Marcos 12: 41-44, deja claro que no sólo los ricos, sino también los pobres deben contribuir financieramente, de acuerdo con sus posesiones, para el avance de la causa de Dios en la Tierra (1 Cor. 9: 13 y 14).
Hay hoy, sin embargo, un número significativo de denominaciones cristianas que extrapolan las enseñanzas bíblicas, convirtiéndose en verdaderas empresas de explotación financiera de los creyentes. Algunos predicadores de la llamada «teología de la prosperidad» llegan a prometer a los fieles que, si son generosos en sus dádivas, podrán incluso elegir anticipadamente las «bendiciones» a ser reivindicadas de Dios. Entre las opciones, están el tipo de casa y la marca de coche que desean tener, así como el saldo de la cuenta bancaria que más les agrada. Ahora, si la «bendición» no sucede como fue prometida, la culpa es siempre atribuida a los propios donantes que no ejercieron la «fe» necesaria para ello.
Al valerse de la credulidad del pueblo menos esclarecido, muchos predicadores populistas condicionan la satisfacción de necesidades básicas de una persona al monto de donaciones financieras por ella entregada a las arcas de la iglesia. Las «curas» de las enfermedades y los «milagros» para mejorar la calidad de vida se propagan como consecuencia de tales donativos. Las apelaciones públicas acaban manipulando a los donantes con preguntas como: «¿Usted prefiere una bendición de apenas 50 dolares o una de 500 dolares? Pero ¿por qué no reclama de Dios, con fe, una bendición equivalente a 5.000 dolares?
Algunas personas incluso pueden mejorar su condición financiera siguiendo estos llamados populistas. Pero la indiscutible realidad es que ni Cristo ni sus apóstoles jamás se valieron de ese tipo de manipulación psicosocial. Ellos sanaban a los enfermos y resucitaban a los muertos sin nunca pedir donativos de gratitud como recompensa por los «servicios prestados».
Aunque los actuales predicadores de la prosperidad se digan cristianos, ellos son movidos mucho más por la postura codiciosa de Giezi que por el espíritu altruista del profeta Eliseo (ver 2Rs 5: 1-27). No hay que olvidar que Dios «hace salir su sol sobre malos y buenos, y venir lluvias sobre justos e injustos «(Mt 5:45), estos predicadores presentan al mundo un dios caricaturizado, nepotista y usurero.
Además, los «testimonios» exhibicionistas transmitidos en los medios de comunicación, como propaganda de las «bendiciones» que pueden alcanzarse en ciertas denominaciones cristianas, son claramente reprochados por Cristo en el relato de la ofrenda de la viuda pobre (ver Mc 12: 41-44; Lc 21: 1-4) y en la parábola del fariseo y del publicano (ver Lc 18: 9-14). En Mateo 6: 2-4, Cristo advierte: «Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.»
Por lo tanto, la teología de la prosperidad, con sus llamados y testimonios populistas, no refleja la verdadera enseñanza bíblica sobre la fidelidad discreta en los diezmos y en las ofrendas. La religión enseñada por muchos predicadores de la prosperidad no es más que una religión de marketing populista para conseguir aumentar, a cualquier costo, el número de adeptos y los recursos financieros de sus iglesias.
Alberto R. Timm (a través de Biblia.com.br)
Pensamiento de hoy
- Elena G. White
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