¿Tus hijos no quieren ir a la iglesia? Guía para padres – PPTX

Lucas, de nueve años, empezó a rechazar la idea de ir a la iglesia: decía que era aburrido y que prefería quedarse con su tableta. Sus padres intentaron obligarlo, premiarlo e incluso castigarlo, pero fue en vano. Solo cuando decidieron escucharlo y acompañarlo espiritualmente con más paciencia, se dieron cuenta de que su rebeldía ocultaba una desconexión emocional. A veces, decir «no quiero ir» no es simplemente rebeldía, sino una advertencia. Discernir qué se esconde tras este comportamiento puede abrir la puerta a una reconexión sincera con la fe.

¿Cómo deben reaccionar los padres?

Cuando un niño dice que no quiere ir a la iglesia, muchos padres intentan convencerlo a toda costa: con argumentos, reprimendas, premios o castigos. Sin embargo, en lugar de responder con presión o enojo, lo más sensato es detenerse y escuchar con empatía. Preguntarle con calma cómo se siente, qué no le gusta o qué le molesta puede revelar mucho más que una simple negativa. Observar si se trata de un problema puntual o recurrente también ayuda a comprender mejor la situación. Y si el motivo no está claro, es importante buscar apoyo: hablar con profesores, líderes o incluso otros padres puede aclarar el asunto.

Sobre todo, es fundamental orar con y por el niño, demostrando que Dios está presente incluso en momentos de duda o cansancio. A veces, la resistencia no es rebelión, sino una oportunidad para que los padres reconecten con el corazón de sus hijos y los acompañen espiritualmente. Pero si se trata de una actitud rebelde, es necesario establecer límites firmes con paciencia, recordando que ir a la iglesia forma parte de los valores familiares. Aun así, vale la pena preguntarse qué podría estar generando esta resistencia: frustración, necesidad de atención o deseo de poner a prueba los límites. Incluso cuando la actitud no es dócil, escuchar sigue siendo esencial. Detrás de muchos comportamientos rebeldes, hay necesidades sin resolver que deben comprenderse, no reprimirse.

Estudios recientes respaldan esta perspectiva. El Grupo Barna destaca que la mayoría de las personas que se mantienen firmes en su fe tomaron esa decisión antes de los 13 años, aunque muchas comienzan a perder interés durante la infancia si sienten que la iglesia es irrelevante o está desconectada de su mundo. El proyecto «Fe Fiel» del Instituto Juvenil Fuller también demostró que los jóvenes que desarrollan una fe duradera son aquellos que, desde temprana edad, fueron escuchados, incluidos y apoyados por adultos cristianos comprometidos, tanto dentro como fuera del hogar.

Razones comunes por las que un niño no quiere ir a la iglesia

Ante la resistencia de un niño, muchos padres se sienten frustrados o incluso culpables. Pero antes de forzar una solución rápida, vale la pena detenerse y observar: ¿qué podría estar pasando en el corazón de este niño? A menudo, su rechazo es solo la punta del iceberg. Comprender las causas más comunes puede ayudarnos a responder con más sabiduría y amor:

  1. Fatiga física o emocional. Una rutina exigente entre semana puede dejar a un niño exhausto. Dormir hasta tarde el viernes también afecta la mañana del sábado.
  2. Falta de conexión emocional con la iglesia. Si una persona se siente sola, ignorada o sin amigos, esto puede afectar directamente su disposición a asistir.
  3. Clases poco atractivas o inapropiadas para su edad . Cuando las actividades son repetitivas, utilizan un lenguaje difícil o carecen de interacción, el interés disminuye.
  4. Conflictos no resueltos. Las peleas, el acoso o incluso las experiencias traumáticas pueden provocar rechazo.
  5. Inconsistencia espiritual en el hogar. Si la espiritualidad se limita al sábado y no se vive con naturalidad en casa, la iglesia se convierte en una obligación, no en un tiempo de comunión y alegría
  6. A veces, no se trata de cambiar al niño, sino del entorno que lo rodea. La preparación espiritual comienza mucho antes de entrar a la iglesia. Aquí hay algunas prácticas que, con constancia y oración, pueden transformar la experiencia de ir a la iglesia en algo significativo y esperado:
    Prepárate para el Sabbath con antelación. Ten lista tu ropa el viernes, evita actividades estresantes de última hora y asegúrate de tener una cena ligera y una noche tranquila. ¡ La impaciencia es uno de los peores enemigos del Sabbath! Dios quiso que este día fuera un regalo, no una carga.

Consejos prácticos para que la experiencia sea significativa

  • Llega temprano para ayudar. Llegar con calma, sin prisas, permite que el niño se integre con tranquilidad. Si puedes ayudar con algo (entregar materiales, acomodar las sillas, saludar a los adultos), se sentirá útil y parte del grupo. Al regresar a casa, haz preguntas significativas: ¿Qué aprendiste hoy? ¿Qué historia te gustó? ¿Qué entendiste del sermón? Esta conversación puede reforzar lo que experimentaron y crear un recuerdo espiritual.
  • Valora el culto familiar. No subestimes el poder de un momento de culto familiar. La conexión espiritual no se construye solo los sábados. El culto diario, aunque sea breve, une la fe y la vida .
  • Demuestra entusiasmo por ir. Tus hijos sienten lo mismo que tú. Si ir a la iglesia es una obligación para ti, lo notarán. Pero si lo vives como un privilegio, contagiarás esa alegría. Celebra el Sabbath con alegría, palabras positivas y gratitud.
  • Cumple con tu presencia, no solo con las instrucciones. Estar con su hijo, participar en las clases y conocer a sus maestros y amigos demuestra que la iglesia es un lugar para la familia. No basta con simplemente dejarlo en la Escuela Sabática; necesita saber que caminan juntos.

Conclusión

Un sábado por la mañana, mi hija, que por aquel entonces solo tenía seis años, me dijo que no quería ir a la iglesia. Intenté insistir con delicadeza, pero ella solo repetía: «No quiero ir, no me gusta». Durante días, me pregunté qué estaría pasando: ¿Le disgustaba la clase? ¿Alguien la habría maltratado? ¿Se aburría? Hasta que, mediante la oración y una observación más atenta, descubrí la causa. Junto a la iglesia había un jardín de infancia abandonado, y a veces entraban personas sin hogar. En una ocasión, uno de los niños dijo en voz alta que lo que veían dentro era «un ladrón». Esta escena, aunque nadie la tomó demasiado en serio, dejó huella en mi hija. No era falta de fe ni rebeldía: era miedo. Desde entonces, comprendí que, a menudo, el «no quiero ir» de un niño es una súplica silenciosa para ser escuchado y protegido.

La situación de tu hijo puede ser completamente diferente. Pero si algo he aprendido como madre es que la paciencia es fundamental. Y a menudo, eso es precisamente lo que nos falta. No siempre comprenderás de inmediato lo que sucede ni siempre tendrás las respuestas. Pero Dios te dio a este hijo con la promesa de estar a tu lado como un Padre. Así que escucha con calma, observa sin desesperar y ora con perseverancia. Si no sabes qué hacer, busca apoyo. Una actitud serena puede abrir puertas que la prisa y la ansiedad cierran. A veces, lo que más necesita tu hijo no es una solución rápida, sino simplemente una mamá o un papá dispuesto a estar cerca y esperar con fe.

Cuca Lapalma (vía Adventist News )

Referencias:

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Pensamiento de hoy

- Elena G. White

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