Moises pronto iba a morir. Se le ordenó entonces reunir a los hijos de Israel antes de su muerte para informarles acerca de todas las peregrinaciones de la hueste hebrea desde su partida de Egipto, y todas las grandes transgresiones de sus padres, que les habían acarreado los juicios de Dios, y habían obligado al Señor a decirles que no entrarían en la tierra prometida. Sus padres habían muerto en el desierto, de acuerdo con la palabra del Señor. Sus hijos habían crecido, y en ellos había de cumplirse la promesa de posesión de la tierra de Canaán. Muchos de ellos eran pequeños cuando se dio la ley, y no recordaban en absoluto la grandiosidad de ese evento. Otros nacieron en el desierto, y frente a la posibilidad de que no comprendieran la necesidad de obedecer los Diez Mandamientos y todas las leyes y reglamentos dados a Moisés, Dios lo instruyó para que recapitulara los Diez Mandamientos y todas las circunstancias relacionadas con la promulgación de la ley.
Moisés había escrito en un libro todas las leyes y los reglamentos dados por Dios, y había registrado fielmente todas las instrucciones que había ido dando por el camino, y todos los milagros que había realizado en favor de ellos, y todas las murmuraciones de los hijos de Israel. Moisés también registró el hecho de que había sido vencido como consecuencia de sus quejas.
Instrucciones finales a Israel
Recursos devocionales
Todo el pueblo se hallaba reunido delante de él, y leyó los acontecimientos de su historia pasada del libro que había escrito. También leyó las promesas que Dios les había hecho en el caso de que fueran obedientes, y las maldiciones que les sobrevendrían si eran desobedientes.
Moisés les dijo que por su rebelión Dios en varias oportunidades había tenido la intención de destruirlos, pero que él había intercedido por ellos tan fervorosamente que el Señor los había perdonado con generosidad. Les recordó los milagros que hizo el Altísimo ante Faraón y toda la tierra de Egipto. Les dijo: “Mas vuestros ojos han visto todas las grandes obras que Jehová ha hecho. Guardad, pues, todos los mandamientos que yo os prescribo hoy, para que seáis fortalecidos, y entréis y poseáis la tierra a la cual pasáis para tomarla”. Deuteronomio 11:7, 8.
Moisés advirtió especialmente a los hijos de Israel que no fueran seducidos por la idolatría. Los instó con fervor a que obedecieran los mandamientos de Dios. Si obedecían al Señor y lo amaban y servían con un amor íntegro, les daría lluvias a su tiempo, haría crecer la vegetación y aumentaría sus ganados. Gozarían de privilegios especiales e importantes, y triunfarían sobre sus enemigos.
Moisés instruyó a los hijos de Israel con sinceridad y en forma impresionante. Sabía que era la última vez que les iba a dirigir la palabra. Terminó escribiendo en un libro todas las leyes, los reglamentos y estatutos que Dios le había dado, y las distintas instrucciones concernientes a las ofrendas y los sacrificios. Puso el libro en manos de hombres que ejercían cargos sagrados y les solicitó que, para salvaguardarlo, lo pusieran al lado del arca, donde el cuidado de Dios se ejercía continuamente. Había que preservar ese libro de Moisés para que los jueces de Israel pudieran referirse a él en todos los casos en que fuera necesario. La gente que está sometida al error a menudo interpreta los requerimientos de Dios de manera que se ajusten a su propio caso; por eso se guardó el libro de Moisés en un lugar sumamente sagrado, para que se recurriera a él en lo futuro.
Moisés puso fin a sus últimas instrucciones al pueblo mediante un discurso poderoso y profético, patético y elocuente. Bajo la inspiración de Dios bendijo por separado a las tribus de Israel. En sus palabras finales se espació bastante sobre la majestad de Dios y la excelencia de Israel, que perduraría para siempre si obedecía los mandamientos de Dios y se aferraba a su fortaleza.
El fallecimiento y la resurrección de Moisés
“Subió Moisés de los campos de Moab al monte Nebo, a la cumbre del Pisga, que está en frente de Jericó; y le mostró Jehová toda la tierra de Galaad hasta Dan, todo Neftalí, y la tierra de Efraín y de Manasés, toda la tierra de Judá hasta el Mar Occidental; el Neguev y la llanura, la vega de Jericó, ciudad de las palmeras, hasta Zoar. Y le dijo Jehová: Esta es la tierra de que juré a Abrahán, a Isaac y a Jacob diciendo: A tu descendencia la daré. Te he permitido verla con tus ojos, mas no pasarás allá. Y murió allí Moisés, siervo de Jehová, en la tierra de Moab, conforme al dicho de Jehová. Y lo enterró en el valle, en la tierra de Moab, en frente de Bet-peor; y ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy. Era Moisés de edad de ciento veinte años cuando murió; sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor”.
Dios no quiso que nadie subiera con Moisés a la cumbre del Pisga. Allí éste se mantuvo de pie, sobre la elevada prominencia de la cumbre de ese monte, en la presencia de Dios y de los ángeles celestiales. Después de haber contemplado Canaán a su satisfacción, se reclinó a descansar como un guerrero fatigado. Lo asaltó el sueño, pero era el sueño de la muerte. Los ángeles tomaron su cuerpo y lo sepultaron en el valle. Los israelitas nunca pudieron encontrar el lugar donde fue sepultado. Ese funeral, celebrado en secreto, tenía como propósito evitar que la gente pecara contra el Señor cometiendo idolatría con su cuerpo.
Satanás se alegró muchísimo de haber conseguido éxito al lograr que Moisés pecara contra Dios. Por causa de esa transgresión cayó bajo el dominio de la muerte. Si hubiera seguido siendo fiel, y su vida no hubiera sido malograda por esa única transgresión, al no dar gloria a Dios cuando salió agua de la roca, podría haber entrado en la tierra prometida y haber sido trasladado al cielo sin pasar por la muerte. Miguel, o sea Cristo, y los ángeles que sepultaron a Moisés, descendieron del cielo después que permaneció en la tumba por algún tiempo y lo resucitaron para llevarlo al cielo.
Cuando Cristo y los ángeles se aproximaron a la tumba, Satanás y sus ángeles aparecieron junto a ella y montaron guardia en torno del cuerpo de Moisés para que no fuera retirado de allí. Al acercarse Cristo y sus ángeles, Satanás resistió ese avance, pero fue obligado a retroceder por la gloria y el poder de Cristo y sus ángeles. El adversario reclamó el cuerpo de Moisés por causa de esa única transgresión; pero Cristo mansamente recurrió a su Padre al decir: “El Señor te reprenda”. Judas 9. Cristo dijo a Satanás que sabía que Moisés se había arrepentido humildemente de ese único error, que no había más manchas en su carácter, y que su nombre permanecía en los libros del cielo sin mácula alguna. Entonces el Señor resucitó el cuerpo de Moisés que el diablo había reclamado.
En ocasión de la transfiguración de Cristo, Moisés y Elías, que fueron trasladados al cielo, fueron enviados para hablar con el Señor con respecto a sus sufrimientos, y para ser portadores de la gloria de Dios para su amado Hijo. Moisés fue grandemente honrado por el Altísimo. Tuvo el privilegio de hablar con el Señor cara a cara, como un hombre que habla con su amigo, y Dios le reveló su excelente gloria, como no lo hizo con nadie más.
Pensamiento de hoy
- Elena G. White
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