La Enfermedad y sus Causas I


La Enfermedad y sus Causas II

Este es el primero de seis artículos agrupados bajo el título “La enfermedad y sus causas”, constituyen uno de los primeros eslabones en la considerable serie de escritos de Elena G. de White acerca del tema de la salud.

El lector debe tener en cuenta las condiciones que existían en el ámbito de la práctica médica cuando se prepararon estos artículos. Especialmente el último artículo debe leerse a la luz de las condiciones que prevalecían en el tiempo cuando fue escrito.

La raza humana se ha estado degenerando desde su caída en el Edén. La deformidad, la imbecilidad, la enfermedad y el sufrimiento humanos han estado pesando cada vez más sobre cada generación sucesiva, y sin embargo las masas ignoran cuáles son las causas verdaderas de estos males. Los seres humanos no consideran que ellos mismos son los culpables, en gran medida, de esta condición deplorable. Por lo general culpan a la Providencia por sus sufrimientos, y consideran a Dios el autor de sus calamidades. Pero es la intemperancia la que se encuentra en un estado mayor o menor a la base de todo este sufrimiento.


Eva fue intemperante en sus deseos cuando extendió la mano para tomar el fruto del árbol prohibido.
La gratificación egoísta ha reinado en forma casi suprema en los corazones de los hombres y las mujeres desde la caída de la raza humana. Especialmente el apetito ha sido gratificado; y éste en vez de la razón, ha dominado a la humanidad. Eva transgredió el mandato divino porque prefirió satisfacer su apetito. El Señor le había dado todo lo necesario para satisfacer necesidades, y sin embargo ella no estaba satisfecha. Desde entonces, sus hijos y sus hijas caídos han ido en pos de los deseos de sus ojos y de su gusto. Lo mismo que Eva, no han tenido en cuenta las prohibiciones de Dios y han sido desobedientes, y tal como Eva, se han halagado a sí mismos con la esperanza ilusoria de que las consecuencias de sus actos no serán tan terribles como ellos habían temido.

El ser humano ha desatendido las leyes que gobiernan el cuerpo, y como resultado de esto la enfermedad ha ido en aumento constante. La causa ha sido seguida por el efecto. El hombre no se ha considerado satisfecho con el alimento saludable, sino que ha complacido el gusto aun a costa de la salud.

Dios ha establecido las leyes de nuestro organismo. Si las violamos, tarde o temprano tendremos que sufrir las consecuencias. Las leyes que gobiernan nuestro cuerpo no pueden ser violadas con más éxito que cuando se amontona en el estómago alimento malsano en respuesta a los deseos de un apetito morboso. Si se come con exceso, aunque sea alimento sencillo, con el tiempo se dañarán los órganos digestivos; pero añádase a esto el consumo excesivo de alimento perjudicial, y el mal será mucho mayor. El organismo llega así a deteriorarse.

Los miembros de la familia humana se han dedicado cada vez más a la complacencia de sí mismos, a tal punto que la salud ha sido sacrificada con todo éxito sobre el altar del apetito sensual. Los habitantes del mundo antiguo comían y bebían con intemperancia. Consumían carne aunque Dios no les había dado permiso para comerla. Comían y bebían en exceso, y sus apetitos depravados eran ilimitados. Se entregaron a una idolatría abominable. Se tornaron violentos y feroces, y tan corrompidos, que Dios no pudo soportarlos durante más tiempo. Su copa estaba rebosante de iniquidad, de modo que Dios limpió la tierra de su contaminación moral mediante un diluvio. A medida que los hombres se multiplicaban después del diluvio, se olvidaron de Dios y se corrompieron delante de él. Toda forma de intemperancia aumentó en gran medida. 

El Señor sacó a sus hijos de Egipto en forma victoriosa. Los condujo por el desierto para probarlos. Repetidas veces manifestó su poder milagroso al librarlos de sus enemigos. Prometió conservarlos para sí mismo, como su tesoro peculiar, si ellos obedecían su voz y guardaban sus mandamientos. No les prohibió comer la carne de los animales, pero la apartó de ellos en gran medida. Les proporcionó el alimento más saludable. Hizo llover su pan del cielo y les dio agua pura de la dura roca. Realizó un pacto con ellos según el cual los libraría de las enfermedades si ellos le obedecían en todas las cosas. 

Pero los hebreos no estaban satisfechos. Despreciaron el alimento que recibían del cielo, y anhelaban volver a Egipto donde podían sentarse junto a las ollas de carne. Preferían la esclavitud, y hasta la muerte, antes que verse privados de la carne. Dios, en su ira, les dio carne para que satisficieran sus apetitos depravados, y muchísimos murieron mientras comían la carne que habían codiciado. 

Nadab y Abiú fueron muertos por el fuego de la ira de Dios debido a su intemperancia en el uso del vino. Dios desea que su pueblo comprenda que será recompensado o castigado de acuerdo con su obediencia o su transgresión. El crimen y la enfermedad han aumentado con cada generación sucesiva. La intemperancia en el comer y en el beber, y la gratificación de las pasiones más bajas han entorpecido las facultades más nobles. El apetito ha controlado la razón en una medida alarmante. 

La humanidad ha cultivado un deseo cada vez mayor de consumir alimentos exquisitos, hasta el punto en que se ha convertido en una moda recargar el estómago con toda clase de golosinas. El apetito se gratifica especialmente en las reuniones de placer y se hace poquísimo esfuerzo por dominarlo. Se participa en almuerzos abundantes y en cenas servidas tarde en la noche con abundancia de carnes muy condimentadas y servidas con salsas fuertes, con muchas tortas, pasteles, helados, etc. 

Los cristianos profesos generalmente van a la cabeza en estas reuniones de moda. Grandes sumas de dinero se sacrifican a los dioses de la moda y el apetito, en la preparación de fiestas donde abundan los manjares destructores de la salud preparados para tentar el apetito, con el propósito de reunir fondos con fines religiosos. De este modo los ministros y los cristianos profesos han hecho su parte y han ejercido su influencia, mediante el precepto y el ejemplo, entregándose a la intemperancia en la comida y dirigiendo al pueblo en una glotonería que acaba con la salud. En lugar de excitar la razón, la benevolencia, la humanidad y las facultades más nobles del ser humano, se realiza el más exitoso llamado a su apetito. 

La gratificación del apetito inducirá a los hombres a dar sus recursos que de otro modo no darían. ¡Qué cuadro triste para los cristianos! ¿Le agrada a Dios esa clase de sacrificio? El pequeño óbolo de la viuda fue mucho más aceptable para él. Los que siguen su ejemplo de todo corazón habrán hecho bien. Cuando el sacrificio realizado cuenta con la bendición del cielo, hasta la ofrenda más sencilla adquiere el valor más elevado. 

Los hombres y las mujeres que profesan ser seguidores de Cristo, con frecuencia son esclavos de la moda y de la glotonería. En la preparación de una de esas reuniones de buen tono, el tiempo que debería dedicarse a propósitos superiores y más nobles, se emplea en cocinar una variedad de platos perjudiciales. Solamente porque está de moda, muchos que son pobres y dependen de su trabajo diario, se toman el trabajo e incurren en el gasto de preparar diferentes clases de tortas recargadas, dulces, pasteles y una variedad de alimentos apetecibles para los visitantes, todo lo cual perjudica a los que participan de ellos; sin embargo, necesitan esos mismos recursos para comprar ropas para ellos y para sus hijos. El tiempo empleado en cocinar alimentos destinados a agradar el gusto a expensas del estómago, debería dedicarse a la instrucción moral y religiosa de los hijos. 

Las visitas dan ocasión a la glotonería. Alimentos y bebidas perjudiciales son consumidos en tanta cantidad que recargan en forma desmedida los órganos digestivos. Las fuerzas vitales son puestas en acción innecesariamente para realizar la digestión, y esto cansa y perturba en gran medida la circulación de la sangre, y como resultado, todo el organismo queda privado de la energía vital. Las bendiciones que podrían resultar de las visitas sociales, se pierden con frecuencia porque el ama de casa, en vez de disfrutar de la conversación de los visitantes, trabaja arduamente preparando una variedad de platos para complacerlos. Los hombres y las mujeres cristianos nunca deberían permitir que su influencia respalde tal conducta al participar de los manjares preparados en esa forma. Hacedles comprender que el objeto de vuestra visita no consiste en la gratificación del apetito, sino que mediante la asociación con ellos y el intercambio de pensamientos y de sentimientos buscáis una bendición mutua. La conversación debería ser de un carácter tan elevado y ennoblecedor que posteriomente pueda recordarse con el mayor placer. 

Los que reciben visitas deberán tener un alimento nutritivo, preparado en forma sencilla y agradable con frutas, cereales y verduras. Esto requerirá muy poco trabajo o gasto extra, y no perjudicará a nadie que participe con moderación de estas cosas. Si la gente mundana prefiere sacrificar el tiempo, el dinero y la salud para gratificar el apetito, dejad que lo haga y que pague el precio de la violación de las leyes de la salud; pero los cristianos deberían tomar una posición definida con respecto a estas cosas y ejercer su influencia en la dirección debida. Pueden hacer mucho por reformar estas costumbres de moda que destruyen la salud y el alma. 

Muchos tienen el hábito perjudicial de comer justamente antes de dormir. Tal vez han tenido tres comidas regulares; sin embargo, ingieren una cuarta comida porque experimentan una sensación de languidez. La complacencia de esta práctica equivocada la ha convertido en un hábito, y piensan que no podrán dormir si no comen antes. En muchos casos, esa languidez se debe a que los órganos digestivos ya han sido recargados severamente durante el día con la digestión de alimento perjudicial ingerido con demasiada frecuencia y en cantidad excesiva. Los órganos digestivos que han sido recargados de esta manera, se fatigan y necesitan un período de completo descanso para recobrar sus energías exhaustas. Nunca debería ingerirse una segunda comida hasta tanto el estómago haya tenido tiempo de descansar del trabajo de digerir la comida anterior. Si es necesario tomar una tercera comida, ésta debería ser liviana y debería tomarse varias horas antes de acostarse.

Pero en el caso de muchas personas, el pobre y cansado estómago puede quejarse en vano de cansancio. Se introduce en él una nueva cantidad de alimento que pone en movimiento los órganos digestivos para volver a realizar el mismo ciclo de trabajo durante las horas de sueño. El sueño de tales personas por lo general es perturbado por pesadillas, y en la mañana despiertan cansadas. Sienten una sensación de languidez e inapetencia. En todo el organismo se experimenta una falta de energía. En poco tiempo los órganos digestivos están agotados porque no han tenido tiempo para descansar. Estas personas se convierten en dispépticos desdichados, y se preguntan por qué se encuentran en tal condición. La causa ha producido infaliblemente el resultado. Si esta práctica se mantiene durante mucho tiempo, la salud quedará seriamente perjudicada. La sangre se torna impura, la tez se pone pálida y con frecuencia aparecen erupciones. Tales personas suelen quejarse de dolores frecuentes y de malestar en la región estomacal; y mientras trabajan, el estómago se cansa tanto que ellas se retiran del trabajo para ponerse a descansar. Pero parecería que son incapaces de explicar esta condición, porque aparte de esto, parecen gozar de buena salud. 

Los que pasen de tres a dos comidas al día, al comienzo experimentarán una sensación de languidez, especialmente a la hora en que acostumbraban ingerir su tercera comida. Pero si perseveran durante un corto tiempo, esa languidez desaparecerá. 

Cuando nos retiramos a descansar, el estómago ya debería haber realizado todo su trabajo, porque él también necesita tener descanso como cualquiera otra parte del cuerpo. El trabajo de digestión no debería efectuarse durante ningún lapso de las horas de sueño. Después que el estómago recargado ha realizado su tarea, queda exhausto, lo que provoca una sensación de languidez. Muchos se engañan en esto pensando que es la falta de comida la que produce esa sensación, e ingieren más alimento, sin permitir que el estómago descanse; y con esto la languidez desaparece momentáneamente. Y cuanto más se complace el apetito, tanto más insiste en ser gratificado. Esta sensación de languidez por lo general es el resultado del consumo de carne y de comer frecuentemente y en demasía. El estómago se fatiga porque se lo mantiene trabajando en forma constante para despachar un alimento que no es muy saludable. Los órganos digestivos se debilitan porque no tienen reposo, y esto hace que se experimente una sensación de decaimiento y un deseo de comer con frecuencia. El remedio para tales personas consiste en que coman con menor frecuencia y en menos abundancia, que se conformen con alimentos sencillos y que coman dos veces, o a lo más, tres veces al día. El estómago debe tener períodos regulares de trabajo y descanso; por esto el comer irregularmente y entre las horas de comida constituye una violación muy perniciosa de las leyes de la salud. El estómago puede recobrar su salud gradualmente si se practican hábitos regulares y si se ingiere alimento apropiado. 

Debido a que está de moda y en armonía con el apetito mórbido, se llena el estómago con tortas recargadas, pasteles, budines, y con toda clase de cosas dañinas. La mesa debe estar cargada con una variedad de alimentos o de lo contrario el apetito no puede quedar satisfecho. Estos esclavos del apetito con frecuencia tienen mal aliento en la mañana y una lengua sarrosa. No gozan de salud y se preguntan cuál es la razón de sus molestias, de sus dolores de cabeza, y de sus diversas enfermedades. La causa ha producido infaliblemente el resultado.

La temperancia en todas las cosas es necesaria para preservar la salud. Temperancia en el trabajo, temperencia en la comida y en la bebida. 

Muchas personas se han dedicado de tal manera a la intemperancia que no quieren cambiar su complacencia de la glotonería por ningún motivo. Prefieren sacrificar la salud y morir prematuramente antes que restringir su apetito intemperante. Y muchos ignoran la relación existente entre su hábito de comer y beber, y la salud. Si tales personas pudieran ser enseñadas tendrían el valor moral para negarse a satisfacer el apetito, para comer con más mesura únicamente alimentos saludables, con lo cual podrían evitarse una gran cantidad de sufrimientos.

Deberían realizarse esfuerzos para preservar cuidadosamente lo que resta de las fuerzas vitales, suprimiendo toda carga excesiva. Puede ser que en algún caso el estómago nunca recupere plenamente la salud, pero un régimen adecuado ahorrará más males ulteriores, y muchas personas podrán disfrutar de una recuperación mayor o menor, a menos que hayan ido demasiado lejos en la glotonería suicida. 

Los que se dejan esclavizar por un apetito mórbido, con frecuencia avanzan un poco más y se rebajan al satisfacer sus pasiones corrompidas, las que han sido excitadas por la intemperancia en la comida y la bebida. Dan rienda suelta a sus pasiones degradantes hasta que la salud y el intelecto experimentan un gran padecimiento. El poder de razonamiento es destruido en gran medida por los hábitos inadecuados. 

Me ha admirado el que los habitantes de la tierra no hayan sido destruidos como la generación de Sodoma y Gomorra. Hay razones que explican la condición actual de degeneración y mortalidad que impera en el mundo. La pasión ciega controla la razón, y muchos sacrifican todas las cosas de importancia superior en el altar de la concupiscencia. 

El primer gran mal fue la intemperancia en la comida y en la bebida. Los hombres y las mujeres se han convertido en esclavos del apetito. 

El cerdo, aunque constituye uno de los artículos más comunes del régimen alimenticio, es uno de los más perjudiciales. Dios no prohibió que los hebreos comiesen carne de cerdo únicamente para mostrar su autoridad, sino porque no era un alimento adecuado para el hombre. Llenaba el organismo con escrófula, y especialmente en ese clima cálido producía lepra y diversas clases de enfermedades. La influencia sobre el organismo en ese clima era mucho más perjudicial que en un clima más frío. Pero Dios nunca se propuso que se consumiese cerdo en circunstancia alguna. Los paganos consumían el cerdo como alimento, y el pueblo norteamericano ha utilizado abundantemente el cerdo como un importante artículo de alimentación. La carne de cerdo no sería agradable al paladar en su estado natural. De modo que se la torna apetecible condimentándola abundantemente, lo que hace que una cosa mala se torne peor. La carne de cerdo, por encima de todas las demás carnes, pone la sangre en mal estado. Los que consumen carne de cerdo en abundancia no pueden evitar estar enfermos. Los que hacen mucho ejercicio al aire libre no se dan cuenta de los efectos perjudiciales de la carne de cerdo como los que viven en los edificios, y cuyos hábitos son sedentarios y su trabajo es mental. 

Pero el consumo de carne de cerdo no daña únicamente la salud física. La mente es afectada y la delicada sensibilidad queda embotada por el uso de este tosco alimento. Es imposible que la carne de ninguna criatura viviente esté sana cuando la inmundicia constituye su ambiente natural, y cuando se alimenta de toda clase de cosas detestables. La carne del cerdo se compone de lo que éste come. Si los seres humanos ingieren su carne, su sangre y su carne quedarán corrompidas por las impurezas que recibirán a través del cerdo. 

El consumo de carne de cerdo ha producido escrófula, lepra y humores cancerosos. El consumo de carne de cerdo continúa causando el sufrimiento más intenso a la humanidad. El apetito depravado desea con vehemencia las cosas que son más perjudiciales para la salud. La maldición que ha descansado intensamente sobre la tierra, y ha sido sentida por toda la humanidad, también ha aquejado a los animales. Con el transcurso de los años el tamaño de las bestias y la duración de sus vidas ha degenerado. Los malos hábitos de los hombres las han hecho sufrir más de lo que hubiesen sufrido sin ellos. 

Sólo pocos animales están libres de la enfermedad. Muchos han tenido que sufrir enormemente por la falta de luz, de aire puro y de alimento adecuado. Cuando se los engorda, con frecuencia se los deja en establos cerrados y se los priva del ejercio y del aire libre. Muchos pobres animales son obligados a respirar el veneno de las inmundicias que quedan en los establos. Sus pulmones enfermarán mientras respiran esas impurezas. El hígado y todo el organismo del animal enferma. Se los mata y se los prepara para el mercado, y la gente consume abundantemente esa carne tóxica. En esta forma se provocan muchas enfermedades. Pero la gente no puede ser inducida a creer que es la carne que han consumido la que ha envenenado su sangre y le ha causado tantos sufrimientos. Muchos mueren de enfermedades causadas enteramente por el consumo de carne, y a pesar de esto el mundo no aprende la lección. 

El hecho de que los que consumen carne no experimentan de inmediato sus efectos, no constituye una evidencia de que no son perjudicados. Esta puede estar obrando con toda seguridad en el organismo y sin embargo las personas no se dan cuenta de ello en seguida.

Los animales son apiñados en carros cerrados y se los priva casi por completo de aire y luz, de alimento y agua, y en esa condición se los transporta durante miles de millas, respirando aire viciado por las inmundicias que se han acumulado. Y cuando llegan a su destino, muchos animales están casi muertos de hambre, sofocados y agonizantes, y si se los dejara solos morirían irremediablemente. Pero los carniceros terminan el trabajo y preparan la carne para el mercado.

Con frecuencia se matan animales a los que se ha hecho caminar grandes distancias hasta el matadero. Su sangre se ha calentado. Han sido engordados y se los ha privado de ejercicio saludable, de modo que cuando tienen que viajar lejos se enferman y quedan exhaustos, y estando en esas condiciones se los mata para el consumo. Tienen la sangre muy inflamada, y los que comen de su carne comen veneno. Algunas personas no son afectadas inmediatamente, en tanto que otras experimentan dolores severos y mueren de fiebre, de cólera o de alguna enfermedad desconocida. En los mercados se venden muchos animales cuyos dueños sabían que estaban enfermos, y los que los compran para distribuirlos en el mercado no siempre ignoran esa condición. Esta práctica es muy frecuente, especialmente en las grandes ciudades, y los que consumen carne no saben que están comiendo carne procedente de animales enfermos. 

Algunos animales que son llevados al matadero al parecer comprenden lo que ocurrirá, y se ponen furiosos, y hasta enloquecen literalmente. Son muertos mientras se encuentran en esas condiciones, y su carne es preparada para el mercado. Su carne es veneno, y ha producido, en los que la consumen, calambres, convulsiones, apoplejía y muerte repentina. Sin embargo, la causa de todo este sufrimiento no es atribuida a la carne. Algunos animales son tratados en forma inhumana mientras se los lleva al matadero. Literalmente se los tortura, y después de haber padecido muchas horas de sufrimiento extremo, son sacrificados. [Muchos] cerdos han sido preparados para el mercado mientras estaban afectados por la peste, y su carne tóxica ha propagado las enfermedades contagiosas que han producido una gran mortandad.—How to Live 1:51-60.

Mensajes Selectos Tomo 2, p. 482

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Pensamiento de hoy

- Elena G. White


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