La Importancia de que toda la Familia guarde el Sábado

Cuando mis hijos eran pequeños teníamos una numerosa familia de hijos adoptivos. Poníamos a un lado nuestro trabajo antes de la puesta del sol. Los niños recibían el sábado como algo de gran gozo. Decían: «Ahora papá y mamá nos dedicarán una parte de su tiempo». Quizá los llevábamos a caminar. Tomábamos la Biblia y algún material religioso para leerles, explicándoles las Escrituras. Continuábamos orando para que conocieran la verdad de la Palabra de Dios. No quedábamos en la cama los sábados en la mañana porque era el día de reposo. Hacíamos nuestros preparativos el día anterior de modo que podíamos marchar al culto sin prisa ni preocupaciones. No nos íbamos a andar para disfrutar de momentos de asueto. Queríamos que nuestros hijos tuvieran los privilegios y bendiciones del día de reposo santificado por Dios.

Familia guarde el SábadoLes leeré lo que Dios desea que consideremos. Leamos acerca de la obra que debe ser realizada y debemos empeñarnos en ella. Creo que es un pecado permanecer ociosos. Si no viera las carencias de la causa de Dios, no tendría que trabajar en forma continua. Me esfuerzo siempre por elevar cada vez más las normas. Debemos amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos. Deberíamos trabajar con la mano derecha y con la izquierda con el fin de ayudar a aquellos que están en necesidad. Cristo nos dice que debemos ayudar a nuestro hermano que esté en dificultades. Si nos cruzamos de brazos y somos como mariposas, no podremos hacer el bien en este mundo. Ojalá que ustedes vean la importancia de que debemos vivir para agradar a alguien. Tan pronto como veamos las necesidades de los que nos rodean deberíamos reaccionar y ayudarlos.

«Dicen: «¿Por qué ayunamos y no hiciste caso, humillamos nuestras almas y no te diste por entendido?» He aquí que en el día de vuestro ayuno buscáis vuestro propio interés y oprimís a todos vuestros trabajadores. He aquí que para contiendas y debates ayunáis, y para herir con el puño inicuamente; no ayunéis como lo hacéis hoy, para que vuestra voz sea oída en lo alto. ¿Es este el ayuno que yo escogí: que de día aflija el hombre su alma, que incline su cabeza como un junco y haga cama de telas ásperas y de ceniza? ¿Llamaréis a esto ayuno y día agradable a Jehová? El ayuno que yo escogí, ¿no es más bien desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opre- sión, dejar ir libres a los quebrantados y romper todo yugo? ¿No es que compartas tu pan con el hambriento, que a los pobres errantes albergues en casa, que cuando veas al desnudo lo cubras y que no te escondas de tu hermano? Entonces nacerá tu luz como el alba y tu sanidad se dejará ver en seguida; tu justicia irá delante de ti y la gloria de Jehová será tu retaguardia» (Isa. 58: 3-8).

Jesucristo es nuestra justicia. Con cada paso que Cristo da y que nosotros imitarnos, la gloria de Dios es nuestra recompensa. «Entonces invocarás, y te oirá Jehová; clamarás», (¿y luego qué?) «¡Heme aquí! Si quitas de en medio de ti el yugo, el dedo amenazador y el hablar vanidad», entonces habrá respuestas para tus oraciones.

No deberíamos condenar al hermano que cae en la corrupción. No debería haber condenación alguna. «Si das tu pan al hambriento y sacias al alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz y tu oscuridad será como el mediodía». ¿Quieres que eso suceda? ¿Deseas que el velo del reproche sea quitado?». Depositen sus tesoros en el cielo para que cuando el Señor regrese ustedes obtengan el eterno premio de gloria. «Jehová te pastoreará siempre, en las sequías saciará tu alma y dará vigor a tus huesos. Serás como un huerto de riego, como un manantial de aguas, cuyas aguas nunca se agotan». A muchos los he escuchado hablar de lo inadecuado de sus vidas. No parecen tener preocupación alguna por aquellas almas por las que Cristo murió.

«Y los tuyos edificarán las ruinas antiguas; los cimientos de generación y generación levantarás, y serás llamado «reparador de portillos», «restaurador de viviendas en ruinas»». ¿Quién es el que ha echado por tierra el cuarto mandamiento, y lo ha ocultado para que el hombre se olvide de Dios? Después de crear al mundo en seis días, descansó en el séptimo. Cada árbol, arbusto y flor que Dios hizo testifica que él creó al mundo en seis días y descansó en el séptimo. Él nos dice que en seis días hizo el cielo y la tierra. Pero un espía nos sigue la pista.

Si alguien es arrestado por trabajar durante el primer día mientras guarda el sábado ¿lo oirán ustedes decir «dejaré de guardar el sábado»? Ellos se alegran por el privilegio de exponer la verdad ante la gente. ¿Aceptaremos lo espurio, pisoteando lo divino? No. Si la cárcel ha de ser nuestra morada, cantaremos dentro de los muros de la misma. ¿Será algo mayor que lo que sufrió el Rey de gloria en nuestro favor? «Si retraes del sábado tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamas «delicia», «santo», «glorioso de Jehová», y lo veneras, no andando en tus propios caminos ni buscan- do tu voluntad ni hablando tus propias palabras». Lo que Dios dice debe ser obedecido, sin tomar en cuenta las con- secuencias de los requerimientos humanos.

Por eso Pablo y Silas fueron echados a la cárcel. Todo el cielo conoció acerca de ello. Aquellos hombres estaban cantando alabanzas a Dios. Fue algo nuevo lo que los carceleros escucharon. Ellos estaban acostados de espaldas, con sus pies en el cepo; sin embargo, pulsaban una nueva cuerda. El ejército del cielo se acercó y con sus pisadas la tierra comenzó a temblar. El carcelero se enteró que los que estaban a cargo de la cárcel fueron ejecutados cuando Pedro escapó de la prisión. Al abrirse las puertas Pablo no le dijo al asustado carcelero que sería conveniente que se matara, sino que afirmó: «¡No te hagas ningún mal!». Luego el carcelero entra y reconoce el poder de Dios y pide perdón por su crueldad diciendo: «¿Qué debo hacer para ser salvo?». Se entrega a Dios, lava las espaldas de Pablo y Silas y los coloca en la condición más cómoda posible.

Los magistrados deseaban que Pablo y Silas se marcharan calladamente de la cárcel; pero Pablo dice: «No, por cierto, sino vengan ellos mismos a sacarnos». El mismo Dios que obró a favor de Pablo y Silas está aún vivo hoy Que Dios nos ayude a establecer su temor en nuestros hogares. Que Dios nos ayude a trazar sendas rectas para nuestros pies. Que Dios nos ayude a socorrernos mutuamente y que el Dios de los ejércitos sea con nosotros y nos conceda la victoria.

Tomado de la Revista Ministerio Adventista
Elena G. de White, mensajera del Señor. Este artículo es una versión resumida del capítulo 13
del nuevo libro de Elena G. de White traducido al español: Sermones escogidos, tomo 2.

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- Elena G. White


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