La Ley No es un Medio de Salvación

Debemos recordar que Dios no dio jamás la ley como un medio de salvación (Rom. 3:28; Gál. 2:16). Ese fue el error de los judíos. Por lo tanto, cualquiera que guarde la ley de Dios a fin de ser salvo, está repitiendo el error de los judíos

El Nuevo Testamento, especialmente el apóstol Pablo, enseña claramente que Dios no dio nunca su ley como un medio de salvación. De hecho, antes que Dios diese a los judíos su ley en el monte Sinaí, les declaró: «Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de tierra de Egipto, de casa de servidumbre» (Éx. 20:2). Primeramente Dios redimió a Israel, y después dio su ley a los israelitas. Moisés aplicó específicamente ese principio a la observancia del sábado (Deut. 5:15). Sin embargo, aunque Dios no nos dio la ley como un medio de salvación, ciertamente quiere que consideremos su ley como la norma para la vida cristiana (Rom. 13:8-10; Gál. 5:13, 14; 1 Juan 5:1-3; 2 Juan 6).

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La verdadera motivación para guardar la ley, dijo Jesús, es el amor (Mat. 22:36-40; Juan 14:15). El Antiguo Testamento concuerda con ello (Deut. 6:5; Lev. 19:18). Sin embargo, no está en nuestra mano el generar ese amor a partir de nuestras propias naturalezas pecaminosas puesto que se trata del amor (ágape), el amor que sacrifica el yo, un amor que solamente se origina en Dios. Por lo tanto, Dios nos da ese amor como su don a nosotros, mediante el Espíritu Santo (1 Cor. 12:31; 13:13; Rom. 5:5). Dios no nos da ese amor con el fin principal de que fluya hacia él, lo que haría que Dios mismo fuese «egoísta», sino que nos da ese amor desprovisto de egoísmo a fin de que podamos reflejarlo hacia otros como evidencia del poder salvador del evangelio sobre el yo (Juan 13:34, 35; Rom. 5:5; 2 Cor. 5:14, 15). Eso es lo que significa tener la ley escrita en nuestros corazones (Heb. 8:10).

Los primeros cuatro, de los diez Mandamientos de Dios, tienen que ver con nuestra relación con él; los últimos seis se refieren a la relación con nuestro prójimo. Puesto que el amor (ágape) «no busca lo suyo» (1 Cor. 13:5), ¿cómo obedeceremos los primeros cuatro mandamientos en armonía con el carácter de Dios, desprovisto de egoísmo? Recordando que la única forma en la que podemos obedecer es mediante la fe. Sólo podemos obedecer los primeros cuatro mandamientos por la fe, viviendo la experiencia del nuevo nacimiento, y con esa experiencia viene el don del amor, que nos capacita para guardar los últimos seis mandamientos (amor hacia nuestro prójimo).

El Nuevo Testamento tiene poco que decir sobre nuestra obediencia a los cuatro primeros mandamientos, puesto que todo cuanto Dios pide de nosotros, en lo referente a nuestra relación con él, es fe (Juan 6:28, 29; Heb. 11:6; 1 Juan 3:23). Espera de nosotros que ejerzamos esa fe motivada por la apreciación profunda de su supremo don de amor, encarnado en Jesucristo (Gál. 5:6).

Por ejemplo, muchos cristianos sinceros, guardadores del domingo, están hoy reposando plenamente en Cristo para su salvación. Están guardando el día equivocado, pero por la razón correcta, por la verdadera motivación. De igual manera, muchos cristianos sinceros guardan hoy el sábado porque piensan que esa observancia del sábado les salvará. Están guardando el verdadero día de reposo, pero lo hacen por la razón equivocada. Ambos están en necesidad de corrección, y si lo permitimos, el Espíritu Santo la efectuará a medida que nos guíe a toda la verdad (Juan 16:13).

Esta cita es muy aclaradora: «Si bien debemos estar en armonía con la ley de Dios, no somos salvados por las obras de la ley; sin embargo, no podemos ser salvados sin obediencia. La ley es la norma por la cual se mide el carácter. Pero no nos es posible guardar los mandamientos de Dios sin la gracia regeneradora de Cristo. Sólo Jesús puede limpiarnos de todo pecado. El no nos salva mediante la ley, pero tampoco nos salvará en desobediencia a la ley. Fe y Obras, p. 98.3″

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Pensamiento de hoy

- Elena G. White


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