¿Por qué Cristo es nuestro único Sumo Sacerdote? – PowerPoint

¿Por qué Cristo es nuestro Gran Sumo Sacerdote?

«Jamás alguien fue tan asediado por tentaciones como Jesús»

“La intercesión de Cristo en el santuario celestial por la humanidad es tan esencial para el plan de redención como lo fue su muerte en la cruz”.

Hay un libro en la Biblia que aborda esta etapa crucial en el proceso de nuestra salvación. Se trata de la carta a los Hebreos. Presenta las características que definen a un sacerdote. Es alguien elegido por Dios; debe ser humano, estar rodeado de debilidades y ser capaz de compadecerse de los ignorantes y de los que yerran. Su misión es actuar en nombre de la humanidad, incluyendo ofrecer sacrificios a Dios por los pecados (Hebreos 5:1-4). Por lo tanto, si Cristo no hubiera dejado el cielo para convertirse en uno de nosotros, nunca podría haber ocupado tal función. Él se humilló y asumió una naturaleza de carne y sangre como la nuestra, que cumple con todas estas especificaciones y está plenamente calificado para ser nuestro sacerdote (Hebreos 2:14, 16, 18; 4:15; 5:10; 7:25; 9:11-12).

Uno de los textos más ilustrativos sobre este tema es Hebreos 4:14-16, que dice: «Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.».

Divino/Humano

En este pasaje, Cristo recibe el nombre de Jesús y el título de Hijo de Dios. El primero es un nombre humano común, dado a muchos niños judíos, y significa «Yahvé salva», lo cual enfatiza tanto su naturaleza humana como el propósito de su misión.

El segundo resalta su divinidad, pues siempre que se refería a Dios como su Padre, lo que sus oyentes entendían y lo que realmente quería decir era que era igual al Padre (Juan 5:18). En nuestro país, tenemos una expresión que transmite esta idea: «¡De tal palo, tal astilla!». En efecto, Cristo era completamente hombre y completamente Dios, aunque esta verdad no se adapte a la lógica humana. Así, en su naturaleza, Él está en perfecta comunión con Dios y con el hombre, y esto lo hace capaz de volver a conectar al hombre con Dios, calificándolo para ser nuestro mediador, es decir, el que está en el medio, entre Dios y el hombre. Esta realidad debe motivarnos a perseverar en nuestra experiencia cristiana.

Tentados como nosotros

Sin embargo, uno podría pensar que Él no puede conocer las tentaciones que nos asaltan. El autor se apresura a declarar que «sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza,» (Hebreos 4:15). ¿Es eso cierto? ¿Jesús realmente enfrentó las mismas dificultades, dolores y angustias que nosotros enfrentamos? Vale la pena detenerse en esta cuestión. ¿Acaso fue afectado por alguna enfermedad grave o incurable? ¿Jesús sufrió de cáncer, leucemia o SIDA? ¿Enfrentó las múltiples tentaciones que un hombre rico y acomodado debe enfrentar? Como Dios, había sido inmensamente rico y poseedor de todo, pero como hombre, durante el tiempo que estuvo aquí, nunca tuvo posesiones.

¿Acaso las mujeres no podrían afirmar que Jesús nunca experimentó las situaciones que ellas experimentan simplemente porque era hombre y no mujer? ¿No es cierto que las mujeres piensan, sienten y reaccionan de manera diferente a los hombres en algunos aspectos?¿No podrían todos los padres y madres del mundo decir que Jesús no enfrentó lo que ellos enfrentan porque nunca tuvo hijos y, por lo tanto, no vivió la experiencia de la paternidad y la maternidad? ¿Y qué decir de una joven que, al regresar de un servicio religioso, fue agredida y violada? ¿Jesús pasó por esa situación? ¿Y un niño que nació de una prostituta y fue abandonado en la calle con solo cinco años y creció sin hogar y sin techo, y terminó siendo educado por delincuentes un poco mayores que él? ¿Jesús pasó por eso? ¿No fueron los padres de Jesús los mejores padres del mundo, elegidos cuidadosamente por el propio Dios? ¿Fue tentado Jesús como lo son muchos jóvenes hoy, con drogas y con innumerables revistas y películas pornográficas, y con la visión continua, en vivo, de hermosos cuerpos femeninos semidesnudos? ¿Y no podrían los ancianos afirmar que Jesús nunca sintió sus dolores, sus nostalgias, su soledad, en fin, su experiencia, por haber muerto joven?

Si pensamos un poco, todos encontraremos pruebas y dificultades que enfrentamos personalmente, pero que no existían de forma exactamente igual en el tiempo de Jesús. Incluso el propio ministerio y magisterio de Jesús fueron un tanto diferentes, en algunos aspectos, de lo que Dios espera hoy de un pastor y un maestro. Además de todo esto, todavía existe el hecho de que Jesús, a diferencia de nosotros, no poseía inclinación hacia el mal. No había nada dentro de Él que lo impulsara al pecado. Entonces, ¿cómo fue tentado en todas las cosas como nosotros? Para entender esta declaración, necesitamos responder a dos preguntas.

Primero: ¿Es necesario tener una naturaleza pecaminosa para ser tentado? No. Adán no la tenía; era perfecto, pero fue tentado y cayó. Lo que se necesita para ser tentado es el libre albedrío, la capacidad de elegir entre el bien y el mal. Tenemos libre albedrío y, por eso, somos tentados. Lo mismo ocurrió con Adán y también con Cristo. Ambos tenían la libertad de decidir entre el bien y el mal, y por eso fueron tentados. Así como Adán pudo fallar, también Cristo pudo.

Segundo: ¿Cuál es la naturaleza de la tentación? La tentación puede variar en su forma, lugar de ocurrencia y la intensidad con la que afecta a las personas; sin embargo, en esencia, siempre es la misma. Cada vez que se manifiesta, la pregunta es: ¿Haré la voluntad de Dios o la mía? ¿Dependeré de Dios para enfrentarla o actuaré por mi cuenta?

En el desierto de la tentación, Jesús tuvo que decidir entre confiar en Dios y esperar a que lo alimentara a su debido tiempo, o atender la sugerencia de Satanás, rompiendo el pacto que había hecho con su Padre y obrando un milagro para su propio beneficio y saciar su hambre. En Getsemaní, la tentación fue: ¿Cumpliré la voluntad del Padre y enfrentaré la cruz, o haré lo que quiero: vivir! Renunciar a la misión. Regresar al Cielo. Esta prueba fue tan grande que sudó gotas de sangre. En la cruz, la tentación consistió en cumplir la voluntad del Padre y soportar todo el sufrimiento y las burlas, o atender la petición de aquellos hombres endurecidos que clamaban para que demostrara su divinidad bajando de la cruz. Sí, el lugar puede ser diferente, la forma y la fuerza pueden ser diferentes, pero en el fondo, la tentación siempre es la misma: ¿Me pondré del lado del bien o del mal?

Así, Jesús enfrentó la tentación a nuestra semejanza. Pero además, de manera misteriosa para nosotros y, sin embargo, plenamente verdadera, durante las horas en que estuvo en la cruz soportó todas nuestras cargas, todas nuestras enfermedades y todas nuestras iniquidades (Isaías 53:4-6). No olvidemos tampoco que jamás alguien fue tan asediado por tentaciones como él.

Sí, Jesús enfrentó tentaciones más fuertes que cualquiera de nosotros, y conoció, por experiencia, tentaciones que nosotros nunca enfrentaremos. Nuestro sumo sacerdote tiene una gran experiencia en las pruebas de la vida humana. Su experiencia es igual a la nuestra, incluso la supera. De hecho, fue tentado en todo como nosotros, y es precisamente por eso que puede y quiere ayudarnos ahora. «Pues en cuanto Él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.» (Hebreos 2:18).

Es cierto, muy cierto, que fue tentado, «pero sin pecado». Este es el único caso en todo el registro bíblico y en toda la historia de la humanidad de alguien que nunca pecó. Nunca pecó con hechos, palabras ni pensamientos. Nunca pecó por negligencia u omisión, ni por codicia. Su naturaleza espiritual estaba libre de maldad. Por esta razón, el día antes de su muerte, momentos antes de ser traicionado, sintiendo la proximidad de Satanás, pudo decir: «He aquí, viene el príncipe de este mundo; y nada tiene en mí” (Juan 14:30). Jesús pudo ser tentado y lo fue. Pudo caer en pecado, pero no lo hizo.

Él nos ayuda

Después de la resurrección, ascendió al cielo y se sentó junto al trono de Dios (Hebreos 8:1). Sin embargo, no debemos concluir que su posición exaltada lo aleja demasiado de nosotros y de nuestras necesidades. El Cristo que se sienta en el trono celestial es el mismo que se hizo uno de nosotros, fue tentado y sufrió, y por lo tanto, podemos estar completamente seguros de que con Él encontraremos ayuda para nuestras necesidades personales. De hecho, Él está allí como un Gran Sumo Sacerdote, desempeñando en nuestro favor un ministerio muy superior y mucho más eficaz que el de cualquier sacerdote terrenal (Hebreos 7:15, 16, 23-28; 8:4, 6).

Jesús se sienta en el trono de la gracia porque aún vivimos en el tiempo de la gracia, el tiempo de la oportunidad para la salvación. Pero, “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria,” y el reino de gloria comenzará cuando haya pasado toda oportunidad de salvación. De ahí el llamado: «Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones» (Hebreos 4:7).

En algunas naciones de Oriente Medio, en tiempos bíblicos, solo una persona podía comparecer ante el rey cuando quisiera, sin riesgo: el primogénito, heredero del trono. La invitación que dice: «Acerquémonos, pues, confiadamente, al trono de la gracia» (Hebreos 4:16) es una indicación de que Dios nos considera como sus primogénitos (Hebreos 12:23) y que podemos presentarnos ante Él siempre que queramos. Allí encontraremos misericordia y gracia.

Por Emilson dos Reis – Vía: Revista Adventista

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