La Maravillosa Historia del Ladrón Redimido

El Encuentro de Dimas con Jesús

El sol se hundió en el horizonte y la naturaleza se retiró a su reposo. Con su manto negro, la noche envolvió la Tierra, sumiéndola en un profundo letargo. De vuelta en la ciudad, las calles estaban desiertas. Vientos gélidos aullaban en la noche solitaria, como buscando un eco triste a su lamento. El espectador atento podía seguir el rastro de las hojas secas que caían de los árboles soñolientos, atravesando las plazas, deslizándose por las calles, corriendo por las aceras y desapareciendo en la oscuridad.

A lo lejos, se veía una figura: tropezando, respirando con dificultad, tambaleándose. Envuelto en una densa oscuridad, tanteando las frías paredes de las casas silenciosas, se acercaba. Le temblaban las manos, el cuerpo azotado por el frío penetrante, la mirada angustiada perdida en algún lugar de su propia existencia. Se detiene, se sienta en la acera, con la cabeza buscando refugio entre las manos, y permanece allí, pétreo, inmóvil. Allí, el hombre permanece de pie como un guerrero que ha perdido la última y decisiva batalla. Una ligera lluvia cae sobre la ciudad y él llora. Las gotas se mezclan con sus lágrimas. La naturaleza misma parece llorar la angustia de un corazón destrozado por la vida. En ese momento, los elementos naturales, en una siniestra conspiración, se hunden en un extraño letargo, como cómplices de los acontecimientos de la noche.

El silencio sepulcral es interrumpido por la marcha de la tropa de centinelas en su patrulla nocturna. Al ver al hombre allí en el suelo, se acercan y le piden su identificación. Cuando ella levanta la vista, lo reconoce. ¡Es él! ¡Sí, es él, no cabe duda! La voz que lo detuvo resonó y, sin resistencia alguna, fue arrestado, esposado y conducido al frío y sucio calabozo. Al día siguiente, los titulares de los periódicos proclamaron que el peligroso ladrón había sido arrestado, sería juzgado y probablemente condenado a muerte.

Había nacido en un hogar cristiano, pero la influencia corruptora de las malas compañías había corroído su carácter, llevándolo cada vez más por el camino de la decadencia y la corrupción moral. Los efectos nocivos del pecado lo habían conducido a una existencia disoluta, criminal y perversa. Ahora pagaría por sus crímenes con su vida. Llegó el día de su ejecución. Sus verdugos lo condujeron por las calles de la ciudad, donde la gente se apiñaba para buscar el mejor sitio para observar la procesión, que avanzaba tristemente hacia la muerte. Otros dos condenados serían ejecutados ese mismo día. Uno, muy conocido, había sido su cómplice en muchos crímenes. El otro era un joven cuya predicación le resultaba familiar. A menudo lo había oído hablar de un reino diferente, un reino de esperanza, amor, libertad y tantas cosas maravillosas.

La procesión cruzó la ladera del Monte Calvario, y se erigieron tres cruces. En una de ellas se encuentra Dimas, el «buen ladrón», protagonista de nuestra historia. Colgando de esa cruz estaba el hombre que fracasó, el joven que fracasó, el adolescente que decepcionó, el joven que erró. Allí estaba el ser humano de nuestro tiempo, destruido, arruinado, destrozado, decadente, desarticulado, licuado. Allí estaba el cristiano frustrado con sus males, con sus patologías morales y espirituales, intentando salvarse por sus propios medios, intentando ser bueno, intentando ser honesto, intentando ser moral, intentando ser todo lo que la gente cree que es.

Pero aquí comienza el milagro: Jesús posa su tierna mirada sobre Dimas y lo contempla durante largo rato. Jesús ve el conflicto, percibe el dolor, comprende la angustia, siente el sufrimiento, mide el vacío de ese corazón y comienza a actuar; en un proceso silencioso, trascendente y estratosférico, transforma el corazón endurecido. Una transformación real, personal, genuina.

Al mismo tiempo que muere, Dimas comienza a vivir. El hombre agoniza y la esperanza renace, la semilla muere y el fruto germina, la lágrima triste cae, se hunde en el vacío y fertiliza la alegría incontenible. La paz comienza a reinar, el conflicto termina y su rostro se ilumina con una amplia sonrisa. Su corazón se ha vuelto demasiado pequeño para contener los sentimientos que Jesús trajo esa tarde.

En esa hora difícil, cuando incluso los discípulos huyeron y los líderes judíos, la guardia romana, la turba, los transeúntes y el otro ladrón profirieron insultos y acusaciones contra Jesús, Dimas no puede permanecer callado y defiende al Maestro, diciendo: «Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas este ningún mal hizo” (Luc. 23:41). Este es su momento. Necesita oír de los labios del Maestro la sentencia de su aprobación. Es su última oportunidad, y ruega con todas las fuerzas del alma: “… Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en Tu reino” (verso 42). Jesús responde: “… estarás conmigo en el paraíso” (verso 43).

Dimas recuesta la cabeza y se queda dormido. Jesús no necesitaba estar allí, pero eligió estar allí porque sabía que Dimas abandonaría su vida de pecado. Fueron clavados en la cruz de Jesús, de donde resucitó el nuevo hombre. Cristo tiene el mismo poder para salvar y reconstruir vidas destrozadas y fragmentadas por las dificultades de la vida. La opinión de Jesús sobre el ladrón era completamente contraria a la opinión social predominante. Jesús no ve al hombre como es, sino como puede ser cuando es transformado por su poder. En la cruz, hubo un abrazo invisible entre Jesús y Dimas. El hombre descubrió que el Hijo de Dios murió para que él tuviera una nueva oportunidad.

Al contemplar la cruz, veo al ladrón que ha recibido la ciudadanía celestial, investido con las credenciales de la eternidad y la insignia real del reino de Cristo. Cuando Jesús regrese, lo llevará junto con su iglesia para recibir la herencia prometida. Me detengo ante la “cruz de la aceptación” y me deleito en la maravillosa e incomparable historia protagonizada e inmortalizada por Dimas, el ladrón de mi Iglesia, o mejor dicho, el ex ladrón de mi Iglesia.

Escrito por: por Walfran Torres, Revista Adventista

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Pensamiento de hoy

- Elena G. White

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1 comentario en “La Maravillosa Historia del Ladrón Redimido”

  1. MONICA DE LA FUENTE G.

    Que gran emoción sentí al leer esta historia, me representa totalmente, esa soy yo, lagrimas rodaron por mis ojos y do.y la honra y la alabanza a mi amado Salvador Jesús, a su Santo espíritu y al Padre
    Muchas gracias estimado hermano en Cristo.
    Nos veremos junto al rio

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