Pantalón y Falda en la Mujer adventista

Hermanas mías, es necesario que hagamos una reforma en nuestra manera de vestir. Hay muchos errores en el estilo de vestir femenino actual. Es perjudicial para la salud, y por lo tanto un pecado, el que las mujeres lleven corsés apretados, ballenas o que se compriman el talle. Esto ejerce una influencia depresora sobre el corazón, el hígado y los pulmones. La salud de todo el organismo depende del funcionamiento saludable de los órganos respiratorios. Miles de mujeres han arruinado su constitución y se han acarreado diversas enfermedades en sus esfuerzos por convertir una forma saludable y natural en una insalubre y antinatural. Están insatisfechas con los arreglos de la naturaleza, y en sus esfuerzos más fervorosos por corregir la naturaleza y ponerla de acuerdo con sus ideas acerca de lo que es la gracia y el encanto, destruyen su obra y la dejan convertida en una ruina.

Muchas mujeres empujan hacia abajo las vísceras y las caderas al colgar de ellas pesadas faldas. Estas no fueron formadas para soportar peso. En primer lugar nunca deberían llevarse pesadas faldas acolchadas. Son innecesarias y constituyen un gran mal. El vestido de la mujer debería estar suspendido de los hombros. A Dios le agradaría que hubiera más uniformidad en la manera de vestir de los creyentes. El estilo de vestir adoptado en tiempos pasados por los cuáqueros es el menos objetable. Muchos de ellos han renegado de esta costumbre, y aunque conservan la uniformidad de color, han consentido en el orgullo y la extravagancia, y sus vestidos han sido confeccionados con el material más costoso. Sin embargo, su selección de colores sencillos y la disposición modesta y pulcra de sus vestidos son dignas de imitación por parte de los cristianos.

Las mujeres deberían cubrirse las piernas teniendo en cuenta la salud y la comodidad. Deben tener las piernas y los pies abrigados tal como los hombres. El largo de los trajes de moda de las mujeres es objetable por varias razones. 

1. Es extravagante e innecesario llevar los vestidos tan largos que barran la vereda y la calle. 

2. Un vestido de ese largo absorbe la humedad del pasto y el barro de las calles, lo que lo ensucia. 

3. El vestido embarrado y húmedo se pone en contacto con los tobillos, que no están suficientemente protegidos, y los enfría pronto; ésta es una de las grandes causas productoras de catarros y de tumefacciones escrofulosas, y pone en peligro la salud y la vida.

4. El largo innecesario constituye un peso adicional para las caderas y las vísceras. 

5. Dificulta la marcha y a menudo constituye un estorbo para otras personas.

Hay otro estilo de vestir adoptado por las así llamadas reformadoras de la vestimenta. Estas imitan al sexo opuesto tan de cerca como les sea posible. Llevan gorro, pantalones, chaleco, saco y botas, siendo esta última la parte más razonable de su indumentaria. Los que adoptan y defienden este estilo de vestir están llevando la así llamada reforma de la vestimenta a un extremo muy objetable. Como resultado de esto habrá confusión. Algunas personas que adoptan esta indumentaria puede ser que tengan conceptos correctos, en general, acerca de la cuestión de la salud, y podrían ser utilizadas como instrumentos para realizar un bien muy grande si no llevasen a tales extremos el asunto de la vestimenta.

Los que adoptan ese estilo de vestir han trastrocado el orden establecido por Dios y han desatendido sus instrucciones especiales. “No vestirá la mujer traje de hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer; porque abominación es a Jehová tu Dios cualquiera que esto hace”. Deuteronomio 22:5. Dios no desea que su pueblo adopte este estilo de vestir. No es ropa modesta, y no es apropiada para mujeres modestas y humildes que profesan ser seguidoras de Cristo. Las prohibiciones de Dios son tomadas en cuenta livianamente por todos los que abogan por la eliminación de las características que distinguen la ropa de los hombres y la de las mujeres. La posición extrema que adoptan algunos reformadores de la vestimenta con respecto a esto disminuye su influencia.

Dios estableció que debía haber una neta distinción entre el vestido de los hombres y el de las mujeres, y ha considerado este asunto de suficiente importancia como para dar instrucciones explícitas con respecto a él; porque la misma vestimenta llevada por los dos sexos causaría confusión y un gran aumento de la criminalidad. Si San Pablo estuviera vivo y viera con esa clase de vestimenta a las mujeres que profesan piedad, pronunciaría expresiones de censura. “Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad”. 1 Timoteo 2:9, 10. La mayor parte de los cristianos profesos descartan completamente las enseñanzas de los apóstoles y usan oro, perlas y adornos costosos.

El pueblo leal de Dios es la luz del mundo y la sal de la tierra. Sus hijos siempre deben recordar que su influencia es valiosa. Si cambiaran sus vestidos extremadamente largos por otros sumamente cortos, en gran medida destruirían su influencia. Los incrédulos, a quienes es su deber beneficiar y procurar llevar al Cordero de Dios, sentirían disgusto. Pueden realizarse muchas mejoras en la vestimenta de las mujeres teniendo en cuenta la salud, pero sin efectuar cambios tan grandes que disgusten a quienes las miran.

El cuerpo de la mujer no debe ser comprimido ni en el menor grado por corsés ni ballenas. El vestido debe quedar holgado para que el corazón y los pulmones funcionen en forma saludable. El vestido debería llegar un poco más abajo del borde superior de la bota, pero debería ser lo suficientemente corto como para no ser arrastrado por la vereda y la calle, si no se lo levanta con la mano. Un vestido aún más corto que esto sería adecuado, conveniente y saludable para las mujeres cuando trabajan en la casa y especialmente para las mujeres que deben realizar trabajos al aire libre. Con este estilo de vestir se necesita una falda liviana o a lo más dos, y éstas deberían abrocharse en la cintura o suspenderse mediante breteles. Las caderas no fueron formadas para soportar grandes pesos. Las pesadas faldas llevadas por las mujeres con su peso actuando sobre las caderas, han sido la causa de diversas enfermedades que no curan fácilmente, porque las pacientes parecen ignorar la causa que las ha producido y continúan violando las leyes de su organismo ciñendo su cintura y llevando pesadas faldas hasta que se convierten en inválidas para toda la vida. Muchos exclamarán inmediatamente: “¡Pero si ese estilo de vestir está pasado de moda!” ¿Y qué importa si lo está? Quisiera que estuviésemos pasados de moda en muchos sentidos. Si pudiésemos tener la fuerza pasada de moda que caracterizaba a las mujeres pasadas de moda de generaciones anteriores, esto sería muy deseable. No hablo sin tino cuando digo que la forma de vestir de las mujeres, juntamente con su complacencia del apetito, constituyen la mayor causa de su actual estado de debilidad y enfermedad. No hay una mujer en mil que abrigue sus piernas como debería hacerlo. Cualquiera que sea el largo de sus vestidos, las mujeres deberían abrigarse las piernas tan bien como lo hacen los hombres. Esto podría conseguirse llevando pantalones recogidos y abrochados en los tobillos, o bien largos y ceñidos hasta el borde del zapato. De este modo las piernas y los tobillos quedan protegidos contra las corrientes de aire. Si las piernas y los pies se mantienen protegidos con ropa abrigada, la circulación se efectuará armoniosamente y la sangre permanecerá saludable y pura, porque no se enfriará ni será estorbada mientras circula por el organismo. How to Live 6:57-64


Se invita al lector a considerar que mientras la Sra. de White siempre hizo resaltar ante la iglesia la importancia de una vestimenta saludable, modesta, económica y en armonía con la sencillez cristiana, al mismo tiempo reconoció que la ropa, sin salirse del límite establecido por estos principios, debería ser “adecuada para esta época”. En 1897, cuando ciertas hermanas adventistas preguntaron si, para ser leales a los consejos del espíritu de profecía, debían volver al estilo particular adoptado en la década de 1860, ella contestó que no se le había dado “ningún estilo en particular para que sirviera como regla exacta para guiar a todos en su vestimenta”. Escribió: “El Señor no ha indicado que el deber de nuestras hermanas sea volver atrás a la reforma de la vestimenta”. [Se refiere a la reforma de la indumentaria por la que se abogó en la década de 1860, y no debe confundirse con la reforma auténtica de la vestimenta defendida por la Sra. de White.] La declaración en que establece las razones que respaldan su posición aparece en toda su extensión como un apéndice en el libro de D. E. Robinson, titulado. The Story of Our Health Message [La historia de nuestro mensaje de la salud], p. 427-431; 1955.—Los compiladores.

Mensajes Selectos Tomo 2, capítulo 6.

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- Elena G. White


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